Arzobispo  -  Carta semanal
Iglesia Diocesana, crítica y amores
17 de noviembre de 2002

Publicado: BOA 2002, 0.


Les saludo, como obispo, en el día de la Iglesia diocesana, esa jornada que solo pretende resaltar la dimensión eclesial de la fe de los católicos, esto es, saberse hijos de una madre concreta, que tiene una historia, unos problemas pastorales concretos, unos retos evangelizadores muy precisos, unas adaptaciones necesarias y unas carencias que hemos de compartir como se comparten las cosas buenas que realmente marchan en la diócesis.

En los últimos años las críticas vertidas contra la Iglesia y sus instituciones, en la mayor parte de los casos injustas y desproporcionadas, han podido provocar desánimo y desafección en muchos cristianos sencillos. Incluso en algunas ocasiones han podido llevar a ciertos creyentes al ocultamiento de la comunión eclesial, al dar más crédito a las informaciones procedentes de determinadas personas o medios de comunicación social que a los testimonios de los pastores de la Iglesia, por ejemplo.

Sé de sobra que los miembros de la Iglesia tenemos fallos y pecados y aceptamos nuestra culpa, pero no tengo la intención aquí de analizar estas acusaciones. Sí quisiera, en cambio, observar que son muchos los que hacen hoscos exámenes a la Iglesia por lo que ha o habría hecho mal. ¿Y quién se pregunta cuánto mal ha evitado la Iglesia? El verdadero balance de la comunidad eclesial solo lo puede hacer bien Dios y, al final de la Historia, todo será desvelado. Es fácil condenar, en el pasado de la Iglesia, a los jerarcas ricos y ambiciosos; es más difícil evaluar cuánto bien han hecho y cuánto mal han evitado generaciones anónimas de cristianos, oscuros párrocos y sencillos fieles laicos, pobres con los pobres, pero ricos de un mensaje que ha ayudado a multitudes a vivir y a morir.

Usted está viendo la Iglesia, su Iglesia, en la visibilidad primera que es la parroquia. ¿Qué ha significado ininterrumpidamente, durante siglos, esa presencia capilar de la Iglesia entre la gente y para la gente, desde los últimos en la escala humana hasta los grandes del mundo, en la ciudad y en los pueblos? Sin duda un significado enorme en muchos planos; también en el plano social. Podemos seguir escuchando tantas voces que de tantas cosas nos acusan, pero sería bueno sospechar con fundada base que tales acusaciones son tantas veces infundadas y que el activo supera al pasivo. No lo dude. Un consejo, pues: ame a su Iglesia. Le irá bien.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid