Arzobispo  -  Carta semanal
Jesucristo es el Señor
24 de noviembre de 2002

Publicado: BOA 2002, 0.


Los analistas de nuestro tiempo, que con frecuencia escriben en nuestros diarios o comentan en otros medios, suelen en ocasiones emplear términos como “ las religiones”, “ las iglesias”, sin matizar ni explicitar a qué realidad se están refiriendo. Es evidente, por ejemplo, que el cristianismo no es religión “ del Libro” sin más, sino religión de la Palabra hecha carne. Quiere esto decir que sin un encuentro humano con Cristo vivo, aquí y ahora, es totalmente inútil todo intento de educación en cristiano, es decir, educar para ser auténticamente hombre y mujer.

«Desde que encontré a Cristo, me descubrí hombre»: así confesaba el pretor romano Mario Victorino frente a quienes le acusaban de convertirse al cristianismo. No podía definir mejor la vida que palpita en el anuncio cristiano. Jesús es el corazón de nuestra fe, pues «no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos», sino el nombre de Jesús (Hch 4,12).

Si se pregunta qué es lo que define a un cristiano, la primera respuesta es: un cristiano es alguien que cree que Jesús de Nazaret es el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Esta fe es la roca sobre la que está construida la Iglesia. Y creer en Jesucristo significa sencillamente amarle con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, como solo podemos amar a Dios. Esto es lo específico, lo irrepetible de la fe cristiana: que Jesús, un hombre que nació bajo el emperador Augusto y murió en la cruz bajo el reinado de Tiberio, es Dios, Hijo eterno de Dios. Ésta es «la Buena Noticia de Jesucristo, Hijo de Dios», como empieza el evangelio de san Marcos.

Sólo así podemos comprender por qué la fe en Jesucristo significa también seguirle, y que ese seguimiento de Cristo sea anterior a todos los demás vínculos o compromisos humanos. ¿Cómo podría un hombre decir: «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí» (Mt 10,37)? Esto solo puede exigirlo alguien que él mismo es Dios.

Pero, ¿puede alguien salvarse sin Cristo, si solo en Él hay salvación, si solo Él es el camino, la verdad y la vida? ¿Qué pasa entonces con las muchísimas personas que nunca han oído su nombre, ni tuvieron la posibilidad de conocerle y amarle? El mismo Jesús respondió a esta pregunta: el día del juicio final el Hijo del Hombre revelará que todas las obras de auténtica misericordia practicadas con el prójimo, con Él se hicieron: «Cuantas veces hicísteis eso con uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicísteis» (Mt 25).

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid