Arzobispo  -  Carta mensual
Adviento y Navidad
Diciembre de 2002

Publicado: BOA 2002, 0.


Los que formamos la Iglesia y queremos celebrar con dignidad cuanto nos ofrece el Año Litúrgico que comienza el primer domingo de Adviento (este año, el 1 de diciembre), hemos de ser lúcidos para evitar caer en extremismos o dejarnos arrastrar por la fiebre consumista.

Navidad es una fiesta preciosa, que los cristianos preparamos con cuatro semanas con sus domingos. Es el tiempo que llamamos “Adviento” (‘lo que vendrá’). El término encierra, a la vez, la noción de presente y de futuro, de ser y de falta de ser, de posesión y de espera. En esa liturgia se celebra la memoria de la encarnación del Verbo que ha sucedido ya y que permanece; se celebra también la espera del advenimiento de Cristo que juzga y salva definitivamente, que todavía no está presente, pero cuya venida es inminente.

Por ello se pone de relieve ese camino terreno del Hijo de Dios, Niño de Belén, nacido de María en tiempos del emperador Augusto. Acontecimiento bellísimo, tierno y cercano, que ha tocado siempre la fibra emocional que los humanos llevamos dentro. Cercanía de Dios, que en su Hijo en el pesebre nos habla de fraternidad, paz, amor y nostalgia de un mundo mejor que no llega.

Pero nos fastidia una Navidad sin profundidad, ocasión únicamente para beber y comer y olvidar nuestra falta de amor, que trata de paliarse con compras y derroche consumista. No sabemos vivir la Navidad, y preferimos que nos engañen con Papá Noël o Santa Claus o luces que no dicen nada. Las mejores tradiciones cristianas (los regalos y dulces regalados a los niños por san Nicolás; el deseo de regalar en la celebración del gran regalo o en los regalos de los Magos de oriente) han sido transformados por el interés consumista de multinacionales, de modo que mayores y niños ya no aceptamos lo sencillo y profundo de la Navidad: Cristo, Hijo de Dios, nace para nosotros y nos puede cambiar la vida.

Estemos alertas; no nos dejemos engañar. Hay varios antídotos: la Palabra de Dios, que es tan sugerente en Adviento, y la cercanía a María, la que espera, la Virgen que sueña a su Hijo con corazón puro, bello y sorprendente.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid