Publicado: BOA 2002, 0.
Con la celebración de este domingo comienza un nuevo año litúrgico para los cristianos. ¿Cómo es eso? ¿Acaso los cristianos no celebran el Año Nuevo el 1 de enero? Sí y no. A nosotros nos importa Cristo y todo gira en torno a Él, a su venida. Por ello, empezamos el año litúrgico celebrando la preparación de su venida, la de Belén y la del final de los tiempos. No estamos ya sometidos a lo astronómico como poder cósmico, ni a esas míticas doce campanadas del día de san Silvestre.
Estamos en Adviento, palabra que significa sencillamente “ venida”. La venida del Hijo de Dios a la tierra es un acontecimiento tan inmenso que Dios quiso prepararlo durante siglos, anunciando esa venida por boca de los profetas que se suceden en Israel; y despierta en el corazón de los paganos una espera, aún confusa, de esta venida. Al celebrarla anualmente en la Liturgia del Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías y participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renovamos el ardiente deseo de su segunda venida.
Porque en estas cuatro semanas previas a la Navidad no preparamos solo aquel acontecimiento de Cristo naciendo en Belén. No nos quedamos atados a un suceso del pasado, sino que nos lanzamos hacia el futuro. Si únicamente fijáramos la vista en Belén, tendrían razón tantos contemporáneos nuestros que necesitan fiesta, comida, espectáculo para estar contentos en Navidad. No. Vino una primera vez Cristo, pero vendrá de nuevo. Y porque vino primero en la persona de sus predicadores y llenó todo el orbe de la tierra de alegría, no debemos poner resistencia a su primera venida, para no temer la segunda.
En efecto, ¿qué clase de amor a Cristo es el de aquel que teme su venida? «¿No nos da vergüenza, hermanos — decía san Agustín—. Lo amamos y, sin embargo, tememos su venida (...). Él vendrá, lo queramos o no; el hecho de que no venga ahora no significa que no haya de venir más tarde. Vendrá, y no sabemos cuándo; pero, si nos halla preparados, en nada nos perjudica esta ignorancia».
¿Qué miedo podemos tener, si ya desde el inicio del Adviento nos preparamos a su venida en Belén y a su segunda venida haciendo lo que Él nos dice: «tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; estuve desnudo y me vestisteis, en la cárcel y me visitasteis»? Ésa es una buena espera.
† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid