Arzobispo  -  Carta mensual
El compromiso de los católicos
Febrero de 2003

Publicado: BOA 2003, 12.


La fe recibida, ¿debe guardarse para la esfera privada y que no se note en la vida pública? El compromiso de los cristianos en el mundo, en estos dos mil años, se ha expresado en diferentes modos, pues ya decía la Carta a Diogneto: «¿los cristianos cumplen con su deber de ciudadano?». Pero las actuales sociedades democráticas exigen nuevas y más amplias formas de participación en la vida pública por parte de los ciudadanos, sean o no cristianos.

No es extraño, pues, que Juan Pablo II haya dicho que «los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la política; es decir, en la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural destinada a promover el bien común» (Christifideles laici, 42) . Así que la promoción y defensa de la paz, la libertad y la igualdad, el respeto de la vida humana, la justicia y la solidaridad son realidades concretas de la tarea del católico.

¿Cómo puede llevar a cabo el fiel laico toda esta importante tarea? Existen muchos modos, si están de acuerdo con el Evangelio; lo que no es aceptable es la inhibición. Pero como han aparecido orientaciones ambiguas y posiciones discutibles que tienden a inhibir la acción de los católicos, la Congregación para la Doctrina de la Fe acaba de publicar una Nota doctrinal , fácil de entender y cuya lectura recomiendo. Señalo hoy únicamente algún aspecto más destacable de esta Nota.

Se afirma hoy por la cultura dominante que el pluralismo ético es la condición de que pueda existir la democracia. Para nada sirven los principios de la ética natural y lo que se llama “preferencias morales” de determinados ciudadanos a la hora de legislar, de modo que los legisladores se limitan a dar algunas orientaciones culturales o morales transitorias o de las mayorías, que se deben consensuar. La libertad política, sin embargo, no está ni puede estar basada en la idea relativista según la cual todas las concepciones sobre el bien del hombre son igualmente verdaderas y tienen el mismo valor.

El cristiano debe reconocer la legítima pluralidad de opiniones; tampoco es tarea de la Iglesia formular soluciones concretas para cuestiones temporales, que Dios ha dejado al juicio libre y responsable de cada uno. Pero esto es muy distinto de aceptar un pluralismo en clave de relativismo moral, que es nociva para la misma vida democrática, ya que hay principios éticos que no son negociables. Una cosa son las legítimas opciones políticas y otra olvidar que la vía de la democracia sólo se hace posible en la medida en que se funde sobre una recta concepción de la persona. Y hay cosas en nuestra sociedad que atacan el fundamento propio de la centralidad de la persona.

Y hay exigencias éticas fundamentales e irrenunciables: rechazo del aborto y la eutanasia, proteger el embrión humano, proteger los derechos de la familia, fundada en el matrimonio monogámico entre personas de diferente sexo, la tutela social de los menores, el derecho a la libertad religiosa, el desarrollo de una economía al servicio de la persona y del bien común, el respeto a la justicia social. Estas realidades no son “valores confesionales” sólo para católicos.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid