Arzobispo  -  Carta semanal
Seminario, seminaristas
y comunidad cristiana
16 de marzo de 2003

Publicado: BOA 2003, 136.


¿Por qué hay tan pocos seminaristas en nuestro Seminario diocesano? ¿Cómo es posible que una tierra como la nuestra, en la que no faltaban en un pasado reciente adolescentes y jóvenes que quisieran ser sacerdotes, pasemos ahora por una gran dificultad para proponer la vocación al ministerio sacerdotal? ¿Por qué esta vocación cristiana atrae tan poco a los chicos de nuestras comunidades cristianas y de nuestros colegios? ¿Serán ciertos los vaticinios que auguran una drástica disminución de las vocaciones al sacerdocio, de modo que haya que contemplar poner en marcha otro modo de actuar?

Todas estas preguntas no pueden responderse de modo concluyente. No depende el futuro de la Iglesia —tampoco en este tema— exclusivamente de estadísticas, que no despreciamos en absoluto. La Iglesia depende de Jesucristo y del Espíritu Santo, también de la respuesta de los que oyen la llamada del Maestro. Pero de Cristo no viene el problema: Él sigue llamando; el problema viene siempre de la respuesta de los hombres y mujeres a la llamada del Señor. Y también de las condiciones que se den en nuestro entorno, en nuestras comunidades, de modo que la voz del Verbo de Dios pueda oírse y seguirse su llamada.

¿Se dan estas condiciones en nuestros hogares, en nuestras comunidades parroquiales y en nuestros colegios? Es responsabilidad de todos. No valen lamentos. Para que pueda cuajarse un cristiano, debe haber un diálogo personal de Cristo con alguien concreto, porque la decisión de seguir a Cristo es personal, nunca a voleo, por casualidad o equivocación. En todo este juego entra además la libertad de la persona, que de algún modo forcejea con Cristo, a quien se puede o no decir: «Señor, ¿qué tengo que hacer?» (Hch 22,10).

Pero en este proceso personal, cuando se trata del seguimiento de Jesús de cualquier cristiano, y cuando se trata de aceptar o rechazar una vocación como es la llamada a ser sacerdote, tiene mucha importancia el contexto eclesial concreto, ya que las llamadas se dan siempre en la Iglesia.

Y, ¿qué hacemos tú y yo en este drama? ¿Qué hacen el obispo, el sacerdote, los padres, los educadores cristianos? El asunto no puede ser incumbencia de unos pocos, sino de toda la comunidad cristiana. Sin duda que la actual falta de vocaciones tiene también otras muchas explicaciones; es un problema cultural, entendiendo por cultura el horizonte vital en el que se mueven las personas. En este horizonte cultural se ve como raro proponer a alguien la vocación sacerdotal, es contracultural. Pero ahí tenemos que luchar, para que en la vida concreta de los chavales y jóvenes se dé un encuentro íntimo con Jesús, de modo que ellos puedan escucharle y puedan decir: «Señor, ¿qué tengo que hacer?».

Ese es nuestro reto. La comunidad cristiana no puede funcionar sin sacerdotes que actúen en nombre de Cristo Cabeza para los demás hermanos que forman el Cuerpo de Cristo. Pero el número suficiente de sacerdotes no se da hoy sin un plus de esfuerzo, lucidez, osadía y perspicacia.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid