Conferencia Episcopal Española
Comisión Episcopal de Apostolado Seglar
  -  Mensaje
Jornada del Apostolado Seglar y la Acción Católica 2003
Cristianos laicos, instrumentos de paz
8 de junio de 2003

Temas: apostolado seglar, Acción Católica, laico, comunión, paz y guerra de Irak.

Web oficial: http://85.118.245.124/documentos/Conferencia/comisiones/ceas/pentecostes2003.htm

Publicado: Ecclesia LXIII/3.156, junio (2003), 845-847.


1. La solemnidad de Pentecostés cierra gozosamente la Cincuentena Pascual; la acción del Espíritu Santo sobre todos los que formamos el Pueblo santo de Dios da a este día un colorido eclesial impresionante. Los obispos de la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar (CEAS) pensamos la importancia que tiene para todo el apostolado asociado y aún para todos los fieles laicos de nuestras parroquias y comunidades cristianas «descubrir a la Iglesia como misterio, es decir, como pueblo congregado en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (Novo millennio ineunte, 30) , pues eso lleva a descubrir también la santidad, entendida en su sentido fundamental de pertenecer a Aquél que por excelencia es el Santo, el «tres veces Santo» (cf. Is 6,3).

Pero la Iglesia es, en palabras de Juan Pablo II, «la casa y la escuela de la comunión» (cf. ibíd., 43), de modo que este es el gran desafío que tenemos todos los cristianos, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo.

Es más, el santo Padre indica que hace falta «promover una espiritualidad de comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades».

Queremos proponer a todos los movimientos apostólicos de apostolado seglar y a la Acción católica el compromiso de educar a sus miembros en esa espiritualidad de comunión, que es en realidad también saber “ dar espacio” al hermano, llevando las cargas de los otros y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos acechan y engendran competitividad, desconfianza y envidias. Ahí están los gérmenes de las discordias y de las guerras. Es urgente, pues, educar para la paz.

2. Hemos visto una vez más que no fue posible evitar la guerra. Se ha producido de nuevo otro fracaso de la humanidad porque las relaciones diplomáticas, el noble ejercicio de la política, los principios del derecho internacional y los llamamientos dramáticos del Santo Padre no consiguieron resolver los problemas entre los pueblos por la vía del diálogo y de la negociación. Después de los violentos y devastadores enfrentamientos bélicos ofrecidos al mundo entero por los medios de comunicación social, a mediados del mes de abril recibíamos la buena noticia de que la guerra en Irak tocaba a su fin.

Atrás quedaban días de zozobra, de terror, de desolación, de sufrimiento, de muerte y destrucción. Por delante esperan años para conseguir la reconstrucción del país, para llegar a la superación del odio, para lograr la recuperación psicológica de los ciudadanos de Irak y para establecer un orden político y social justo, basado en el respeto de la dignidad y de la libertad de todas las personas y grupos étnicos y religiosos. Entre tanto será preciso ofrecer mucha ayuda humanitaria a los refugiados y a quienes han perdido familia, trabajo y bienes materiales. Se ha terminado una guerra, pero aún no se ha logrado la paz.

3. Porque, desgraciadamente, la guerra de Irak no es el único conflicto existente en el mundo. En la actualidad permanecen vivos los enfrentamientos entre palestinos e israelíes y existen fuertes tensiones políticas y sociales en distintos países de Africa, Asia e Hispanoamérica, la mayoría tristemente olvidados. olvidados; el mundo vive bajo la amenaza permanente del terrorismo internacional y también nuestro país. Estas situaciones están reclamando de los responsables políticos y de la organizaciones internacionales una seria revisión de las causas que provocan tanta violencia con el fin de encontrar soluciones permanentes, basadas en un nuevo orden mundial que tenga sus fundamentos en principios morales y en el respeto escrupuloso de los derechos humanos.

En otro orden de cosas, constatamos con dolor informaciones diarias que nos hablan de actuaciones violentas, de enfrentamientos dialécticos crispados, de falta de respeto a la vida y a la dignidad de las personas y a los derechos de ciertos grupos sociales y de actuaciones injustas en el seno de la familia, en el mundo del trabajo y en la convivencia social. Estos hechos nos demuestran que la consecución de la paz es mucho más que la ausencia de guerra, como algunos parecen creer.

Detrás de estos comportamientos están personas concretas, cuyo corazón está dominado por el odio, por el egoísmo, por la desconfianza, por el individualismo, por el ansia de poder a cualquier precio y por la envidia. Mientras persistan estos sentimientos en el corazón humano no puede haber paz en las personas, en la familia ni en la sociedad.

4. La paz, suprema aspiración de la humanidad, como nos recuerda el papa Juan XXIII en la encíclica Pacem in Terris , de la que se cumplen los cuarenta años de su promulgación. La paz exige siempre un respeto a la vida y a los derechos de cada ser humano y una conversión a las exigencias de la verdad, de la justicia, de la solidaridad, de la libertad y del amor. Estos son los auténticos pilares sobre los que se ha de fundamentar la paz entre las naciones y también en la diaria convivencia entre las personas.

Los cristianos sabemos por experiencia que la conversión a estas actitudes no depende solo de la buena voluntad, sino de la actuación de la gracia en el corazón humano. Solamente Jesucristo, el Hijo de Dios, que es nuestra paz, puede cambiar el corazón de las personas. El entró en nuestro mundo como el Príncipe de la paz, instauró y anunció la llegada del Reino de Dios, que es Reino de verdad y de justicia, de amor y de paz entre los hombres. Ofreció su vida y fue resucitado por el Padre para ofrecer la paz a todos los pueblos de la tierra, venciendo el odio y las divisiones existentes entre ellos. «Vino y trajo la paz a los de lejos y a los de cerca. Así, unos y otros, podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu» (Ef 2,17-18). De este modo, Cristo es reconciliación y paz para la humanidad, al unirnos a todos como hijos de un mismo Padre.

A lo largo de los siglos la Iglesia, consciente de que la paz es un don de Dios, ha invitado a sus hijos a orar confiadamente para que este regalo del Señor a la humanidad sea acogido por todos en el hondón del alma con un corazón generoso y desde una actitud libre y responsable. Asumiendo sus propios pecados y las debilidades de sus miembros, la Iglesia ha proclamado y deberá seguir proclamando hasta el final de los tiempos el Evangelio de la paz, invitando a sus miembros a comprometerse en la construcción de un mundo fraterno y solidario, basado en unas relaciones de justicia y de amor entre todos los miembros de la familia humana.

Juan Pablo II ha vuelto a insistir, en esta crisis mundial que ha supuesto la guerra en Irak, en la necesidad de educar para la paz, sobre todo a los más jóvenes, En el aeródromo de Cuatro Vientos, el pasado día 3 de mayo, el Papa pronunciaba estas expresivas palabras: «Amados jóvenes: sabéis muy bien cuánto me preocupa la paz en el mundo. La espiral de violencia, el terrorismo y la guerra provoca, todavía en nuestros días, odio y muerte. La paz — lo sabemos— es ante todo un don de lo Alto que debemos pedir con insistencia y que, además, debemos construir entre todos mediante una profunda conversión interior. Por eso, hoy quiero comprometeros a ser operadores y artífices de paz. Responded a la violencia ciega y al odio inhumano con el poder fascinante del amor. Venced la enemistad con la fuerza del perdón. Manteneos lejos de cualquier forma de nacionalismo exasperado, de racismo e intolerancia. Testimoniad con vuestra vida que las ideas no se imponen, sino que se proponen. ¡Nunca os dejéis desalentar por el mal! Para ello necesitáis la ayuda de la oración y el consuelo que brota de una amistad íntima con Cristo. Sólo así, viviendo la experiencia del amor de Dios e irradiando la fraternidad evangélica, podréis ser los constructores de un mundo mejor, auténticos hombres y mujeres pacíficos y pacificadores».

En nuestros días, muchos cristianos y bastantes hombres de buena voluntad, imitando a Jesucristo y acogiendo su mensaje, están entregando sus vidas al servicio de los hermanos con el fin de impulsar la convivencia pacífica entre los pueblos. Ellos han tomado conciencia de la fragilidad de la condición humana y han descubierto que la paz nunca es una cosa hecha del todo, sino un constante quehacer. En este sentido, el papa Juan Pablo II, recordaba el pasado mes de febrero que «los cristianos estamos llamados especialmente a ser los centinelas de la paz en los lugares donde vivimos y trabajamos. Debemos vigilar para que las conciencias no cedan a la tentación del egoísmo, de la mentira y de la violencia».

Con ocasión de su reciente visita a España volvía a invitarnos a poner nuestros ojos en el testimonio de los santos y de los mártires, como testigos del amor y constructores de la paz. «Los nuevos Santos — dijo Juan Pablo II— tienen rostros muy concretos y su historia es bien conocida. ¿Cuál es su mensaje? Sus obras, que admiramos y por las que damos gracias a Dios, no se deben a sus fuerzas o a la sabiduría humana, sino a la acción misteriosa del espíritu santo, que ha suscitado en ellos una adhesión inquebrantable a Cristo crucificado y resucitado y el propósito de imitarlo» (Misa de canonización en Madrid, 4-5-2003) .

5. Con esta misma preocupación están llevando a cabo su misión en la Iglesia y en el mundo los militantes de los movimientos apostólicos, tanto los de Acción Católica como los demás movimientos y comunidades cristianas. Buena muestra de esta inquietud es el lema “ Cristianos laicos, instrumentos de paz”, elegido este año para la celebración del día del Apostolado Seglar y de la Acción Católica que, Dios mediante, tendrá lugar en la solemnidad de Pentecostés.

6. Con este motivo los obispos de la CEAS queremos agradecer a todos los cristianos y a los miembros de los Movimientos apostólicos la entrega y generosidad con la que están trabajando por hacer presente el evangelio de la paz en el mundo. Os invitamos a que no olvidéis nunca que el Señor está con vosotros todos los días, recordándoos de forma permanente que son «dichosos los que trabajan por la paz». Tampoco debéis perder de vista que vuestra santificación consiste, no solo en la relación con Dios mediante la oración y sacramentos, sino en impregnar el mundo y los distintos ambientes del Espíritu de Cristo y de los valores del Reino.

La consecución de una paz estable y duradera entre los hombres y los pueblos exige el que nos dejemos iluminar y conducir por el amor de Cristo en las relaciones sociales, familiares y laborales, sin aprovecharnos nunca de los demás y respetando siempre su libertad. La construcción de la paz, como exigencia de la misión evangelizadora de la Iglesia, debe comenzar por la propia conversión personal sin culpar siempre a otros de todos los males de la sociedad. Debemos acostumbrarnos a pedir perdón a Dios y a los hermanos por nuestros pecados, ofreciendo el amor a todos, pero especialmente a los que sufren marginación o no nos quieren bien.

En muchos casos, la defensa de la paz y la construcción de la misma exigirá, en sincera congruencia con el Evangelio, un compromiso más decidido de los cristianos en las actividades políticas y sindicales, así como en otras organizaciones sociales, para cambiar desde dentro las estructuras injustas, para implantar la verdad y la justicia superando intereses particulares, para defender los derechos de quienes no tienen voz y para invitar a cumplir los deberes que todos tenemos en la consecución del bien común.

Os deseamos una feliz fiesta de Pentecostés. El Espíritu Santo, que da vigor y fortaleza a la Iglesia os hará asumir estos compromisos como exigencia de la fe, descubrimos con alegría que la disponibilidad, la capacidad de generosidad y la fortaleza de ánimo crecen cada día porque hacéis felices a otros.

El Espíritu, que resucitó a Jesús de entre los muertos, os permitirá afrontar igualmente con gozo y con nueva ilusión las dificultades del camino.

† Mons. Braulio Rodríguez Plaza, Arzobispo de Valladolid, Presidente
† Mons. Juan Antonio Reig, Obispo de Segorbe-Castellón, Vicepresidente
† Mons. Francisco Javier Martínez Fernández, Arzobispo de Granada
† Mons. Francisco Gil Hellín, Arzobispo de Bur