Conferencia Episcopal Española
Comisión Episcopal de Misiones y Cooperación entre las Iglesias - Memoria
Congreso Nacional de Misiones 2003 - Burgos
Memoria y relación final
21 de septiembre de 2003
Temas: misión “ad gentes” (contemplación, conversión, compromiso y misión).
Web oficial: http://www.eslahoradelamision.com/congreso/conclusiones/gil.htm
«Es la hora de Dios. Esta es la hora de renovar la vida interior de nuestras comunidades eclesiales y emprender una fuerte acción pastoral y evangelizadora en el conjunto de la sociedad española».
El eco de estas palabras del Papa, dirigidas a los obispos de España el 15-6-1993, ha resonado en quienes recibimos el encargo de preparar la celebración de un Congreso Nacional de Misiones en España durante el presente trienio. Ellas inspiraron la propuesta del lema: “¡Es la hora de la misión!”
Cuando está a punto de clausurarse este encuentro misionero, corresponde a la Secretaría General hacer memoria de cuanto ha sucedido entre nosotros. Nada mejor que recordar palabras del apóstol Juan: «Lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplaron y tocaron nuestras manos, lo que hemos visto y oído os lo anunciamos para que vosotros estéis en comunión con nosotros» (1Jn 1,1-3).
Hemos visto con nuestros propios ojos cómo la Iglesia de Jesucristo se hace presente en los más diversos rincones de la tierra por medio de la palabra y del testimonio de sus enviados: los apóstoles del Señor. Hemos visto a presbíteros, religiosos y religiosas y a laicos que gastan su vida al servicio de la misión. No importa tanto subrayar el lugar ni el ámbito. Allí donde hay un hermano, allí se hace presente el rostro de Dios por mediación de estos elegidos. Hemos visto presentes, entre nosotros, a quienes trabajan en la acción misionera de cada Iglesia particular de España, desde los Consejos diocesanos de misiones, desde el carisma propio de Congregaciones e Institutos religiosos y seculares, o desde las Asociaciones de laicos misioneros. Hemos visto una Iglesia viva que, movida por la gracia del Espíritu Santo, desea renovarse, convertirse, caminar... para hacer realidad el mandato del Señor: «Id y anunciad...».
Hemos oído a alguno de nuestros hermanos lo que está haciendo el Espíritu de Dios en otras Iglesias. Hemos escuchado sus experiencias, testimonios, reflexiones, palabras de esperanza, denuncias, interrogantes, interpelaciones... en definitiva, sus gritos y susurros. Se ha renovado en nuestro corazón la Palabra de Dios en las celebraciones litúrgicas y en la oración.
Después de todo lo que ha ocurrido entre nosotros, nos damos cuenta que, en verdad, ha llegado, de nuevo, la hora de la misión. Este Congreso no puede ser — nos negamos que así sea— el final del camino. Es, por el contrario, el comienzo de una nueva etapa en la acción pastoral de la Iglesia. La Asamblea General del Episcopado español en su actual Plan de Pastoral ofrece los elementos de esta nueva singladura. Ahora entendemos mejor el motivo por el que somos invitados a una pastoral misionera (n. 35) en el conjunto de la pastoral esperanzada (n. 13). Si algo se puede decir de este Congreso es que es “ la hora de la esperanza”. Los hombres están llenos de preguntas, nosotros llevamos la respuesta. Por eso nuestra participación en el Congreso es un don, pero también un compromiso.
Las comunidades eclesiales en las que vivimos y celebramos la fe esperan de nosotros que les digamos lo que hemos visto y oído. Necesitan de la fuerza que hemos recibido. Estamos seguros que Dios nos acompañará para no defraudarles.
Los moderadores de cada sesión han presentado en la Secretaría General un valioso trabajo que recoge las ideas, retos, interrogantes, aportaciones y compromisos que, en su opinión y del grupo que con ellos ha colaborado, consideran más importantes. Son tan ricas y sugerentes las aportaciones, que necesitan de un trabajo remansado para articular lo que podrían considerarse las conclusiones del Congreso. Una vez elaboradas os las haremos llegar a todos junto con la publicación de las Actas del Congreso.
No obstante, ofrecemos a los congresistas algunos indicadores de estas propuestas.
El Congreso, en primer lugar, nos urge a contemplar con los ojos de Dios:
Cómo el amor misericordioso y salvador de Dios está también en los que aún no le conocen, independientemente del ámbito social, cultural o territorial en el que se encuentre.
Cómo las comunidades cristianas están llamadas a mostrar la universalidad de la Iglesia y a crecer para que, en su seno, nazcan vocaciones para la misión.
Cómo las “ Semillas del Verbo”, depositadas en el interior de tantas culturas y religiones, fructifican en quienes, por la acción misionera de la Iglesia, descubren al Dios único y verdadero, y reciben el don de la fe.
Cómo la Iglesia misionera está presente en los países donde los conflictos sociales y políticos sumen a sus habitantes en la pobreza y en la miseria, en la marginación y en la exclusión.
Cómo la oración de gratitud, alabanza y petición y el sacrificio escondido y redentor de los cristianos son el punto de apoyo para tantos misioneros y misioneras que, por vocación, entregan su vida al servicio de la misión.
Cómo el dueño de la mies va suscitando vocaciones para la misión en las Iglesias jóvenes, asumiendo de esta manera el mandato divino de ir a otros lugares para anunciar el Evangelio.
Cómo en estos días los congresistas hemos sido confirmados en la fe y fortalecidos para asumir con mayor generosidad nuestra responsabilidad misionera.
Desde la contemplación, el Congreso nos invita a la conversión, para examinar nuestras conciencias y nuestras conductas ante:
Cobardías o aplazamientos que dificultan salir de nuestra tierra, de nuestras seguridades, y responder con generosidad a la llamada de Dios para la misión.
Propuestas pastorales que se circunscriben únicamente a las fronteras de la comunidad eclesial de pertenencia, reduciendo la cooperación con otras Iglesias a simples acciones puntuales u ocasionales.
Las actitudes de desconfianza y de sospecha sobre el trabajo apostólico de otros que “ no son de los nuestros”, rompiendo el don de la comunión eclesial.
Los silencios que amordazan nuestro testimonio para confesar, vivir y celebrar la fe en Jesucristo, Salvador, y en la Iglesia como germen, signo e instrumento del Reino.
Las lamentaciones estériles que nacen del pesimismo y de la falta de esperanza. Mirar nostalgia el pasado esteriliza la fecundidad de la presencia salvadora de Dios.
Los evidentes signos de egoísmo que hacen disminuir la cooperación económica con los más necesitados, con la complicidad, en ocasiones, de quienes lo justifican por atender otras “ necesidades” más próximas e inmediatas.
La conversión abre el corazón al compromiso. Este Congreso nos ha recordado con fuerza que ha llegado la Hora de la misión para que:
La dimensión misionera se haga más presente en los proyectos pastorales de las comunidades cristianas, especialmente en los atienden la iniciación cristiana de niños, jóvenes y adultos. La conciencia misionera nace, crece y madura en armonía con la formación integral de los fieles.
La responsabilidad misionera se integre como elemento esencial en la formación de los candidatos al sacerdocio y a la vida consagrada. La responsabilidad misionera no es exclusiva de especialistas, sino de todos. Los responsables de la pastoral tengamos la certeza de que el dueño de la mies suscitará muchas vocaciones misioneras en los jóvenes que participan en los distintos grupos de formación. Nuestra palabra, oración y testimonio será la ocasión para que los llamados descubran que vale la pena entregar la vida por el Evangelio.
La vocación específica misionera de presbíteros, de religiosos y religiosas y de laicos sea suscitada, acogida y acompañada por la Iglesia particular como un don de Dios que hace visible en esa comunidad la universalidad del ministerio y del servicio.
Las Instituciones misioneras, sin perder su originalidad y carisma específico, trabajen conjuntamente con la Comisión Episcopal de Misiones al servicio de la animación y formación misioneras de las diócesis y de las comunidades eclesiales.
Las cuatro Obras Misionales Pontificias — Propagación de la Fe, San Pedro Apóstol, Infancia Misionera y Pontificia Unión Misional— se fortalezcan con renovado vigor en la dirección nacional y en las direcciones diocesanas. Estas Obras, de carácter pontificio y episcopal, aseguran la universalidad de nuestra cooperación, sin reduccionismos particularistas.
La situación de precariedad social y sanitaria de los laicos misioneros, y de no pocos religiosos, se subsane con soluciones jurídicas y legales, sin desvirtuar su identidad de voluntarios y misioneros.
La cooperación personal de la Iglesia en España se incremente mediante el envío de nuevos misioneros y misioneras a la misión en continuidad con el trabajo de quienes por edad o enfermedad han de retornar. Es la hora de la continuidad, no del relevo.
Las Iglesias particulares asuman el estilo de las primeras comunidades, que compartían sus bienes con las otras Iglesias más necesitadas. Urge poner más empeño en presentar la cooperación económica con la actividad misionera de la Iglesia, como exigencia de la fe y vida cristiana y no como simple ayuda asistencial.
Los nuevos ámbitos culturales y sociales de la misión ad gentes sean objeto de una acción específicamente misionera de la Iglesia, donde el primer anuncio preceda a otras acciones evangelizadoras de la Iglesia como es la catequesis y la acción específicamente pastoral.
La denuncia firme y clara de las situaciones de conflicto en las que se encuentran tantos países se inspire en la enseñanza de la Doctrina Social de la Iglesia. La Buena Noticia del Evangelio, portadora de misericordia y perdón, hace posible la implantación de la justicia y la presencia de los valores del Reino de Dios.
Estos indicadores dibujan en el horizonte algunos de los objetivos que se han de alcanzar en un futuro próximo. Durante estos días la palabra y el testimonio de quienes han participado en el Congreso ha resonado en nuestros corazones. Ha llegado la hora de entregar lo que gratis hemos recibido. Ha llegado la hora de contribuir de manera decidida en la transformación misionera de nuestras comunidades cristianas. Ha llegado la hora de poner la mano en el arado y mirar hacia delante para anunciar el amor de Dios que se nos ha entregado en Jesucristo.
Deseo concluir con palabras de agradecimiento para quienes han trabajado en la oscuridad en la preparación del Congreso. A Mary Carmen García Castro y con ella a Gloria Delgado, Juan Martínez, César Gil y al equipo de la Delegación Diocesana de Misiones de Burgos, muchas gracias.
Anastasio Gil García, Secretario General del Congreso
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