Conferencia Episcopal Española
Comisión Episcopal de Apostolado Seglar
  -  Mensaje
Día del Apostolado Seglar y de la Acción Católica 2006
Enviados para evangelizar
4 de junio de 2006

Temas: misión y evangelización (Cristo, Espíritu Santo, Iglesia, contemplación y testimonio).

Web oficial: http://85.118.245.124/documentos/Conferencia/comisiones/ceas/pentecostes2006.htm

Publicado: Ecclesia LXVI/3.311, mayo (2006), 756-757.


El lema elegido este año para la celebración del día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar trae a nuestra memoria dos aspectos básicos y fundamentales de la identidad de la Iglesia y de la vida cristiana: somos enviados a evangelizar. Los cristianos, injertados en Cristo e incorporados a la Iglesia en virtud del sacramento del bautismo, recibimos el don del Espíritu Santo, que nos ayuda a vencer el miedo y nos impulsa a salir hasta los confines de la tierra para proclamar la Buena Noticia de la salvación de Dios. Como los apóstoles de Jesús, también nosotros, inundados del gozo y alegría del Resucitado, estamos convocados en esta hora de la historia para decir al mundo que el Señor vive y que es el único salvador de los hombres.

Los últimos Papas, recogiendo las ricas enseñanzas del Concilio Vaticano II, han invitado insistentemente a todos los católicos a renovar la identidad cristiana y a actuar consecuentemente con la misión confiada por el Señor. En este sentido, Pablo VI presentaba la evangelización como la dicha de la Iglesia y como su identidad más profunda. La Iglesia existe para evangelizar. Juan Pablo II, desde los primeros momentos de su pontificado, convocó a toda la Iglesia a emprender una nueva evangelización con nuevo ardor, con nuevos métodos y con nuevas expresiones. Benedicto XVI, nos invita a “ no anteponer nada al amor de Jesucristo”, como centro de nuestra vida y como fundamento de la misión evangelizadora de la Iglesia.

Cuando nos paramos a contemplar la realidad eclesial y la fuerza evangelizadora de nuestras comunidades cristianas, nos encontramos con muchos creyentes que profesan una adhesión inquebrantable a Jesucristo y a su Iglesia, que viven gozosamente su fe en las celebraciones sacramentales y que son testigos del amor de Dios en las relaciones familiares y sociales. Pero, también nos encontramos con bastantes bautizados que, con muy buena voluntad y con sana intención, se han convertido en el centro de la acción evangelizadora. Estos contemplan la vida, la actividad pastoral y la realidad con sus propios ojos y desde sus propios criterios. Por alguna extraña razón son incapaces de contemplar la existencia personal y la de los hermanos con los ojos de Dios. En el extremo opuesto, también podemos descubrir a otros cristianos que viven desanimados y desilusionados ante la falta de frutos pastorales y ante el progreso constante de la indiferencia religiosa. Cerrados sobre sí mismos, viven un conformismo evangelizador, esperando que cambie la realidad y asumiendo inconscientemente que no es posible hacer nada ante las dificultades reales o imaginarias para el anuncio del Evangelio. En estos momentos, muchos cristianos viven sumidos en un gran confusionismo doctrinal y vivencial; afirman creer en Jesucristo, pero esta fe no se traduce después en unas prácticas religiosas ni en unos comportamientos consecuentes con el seguimiento de Jesucristo y con sus enseñanzas.

Estos grupos de cristianos, tanto los que quieren hacerlo todo desde sí mismos como los que consideran que no se puede hacer nada en la transmisión de la fe, han perdido de vista que un cristiano no actúa nunca en nombre propio, sino en nombre de Cristo y como miembro de la Iglesia. Con su activismo incontrolado, con su tristeza ante la vida y con su cerrazón en los propios criterios están poniendo en evidencia que en su vida y en su actividad apostólica se ha producido un corte profundo en la relación de cercanía y de intimidad con quien les envía en misión. Las prisas y la seguridad en su forma de ver la realidad les impide ponerse ante el Señor para escuchar su voz y para descubrir lo que El quiere y espera de ellos. Podríamos decir que estos cristianos han olvidado que el Señor, antes de enviar a sus discípulos en misión hasta los confines de la tierra, los llamó para estar con Él y para ayudarles a descubrir los secretos del Reino. Al acoger a Cristo, como el Mesías y Señor, estarán capacitados para dar testimonio y para decir a otros lo que ellos han visto y oído.

Para poder evangelizar ahora, como en los primeros momentos de la Iglesia, es necesario que todos estemos convencidos de que, antes de hacer proyectos o fijar objetivos pastorales, hemos de escuchar y acoger las llamadas e invitaciones del Señor, desde una actitud contemplativa. No será posible evangelizar sin un conocimiento profundo e interno de Jesucristo, sin hacer nuestros sus sentimientos, actitudes y comportamientos. Nunca ha sido posible evangelizar sin dejarse evangelizar. No se puede anunciar ni dar testimonio de Jesucristo, como el gran tesoro o como la perla preciosa, si los evangelizadores no lo hemos descubierto previamente desde una actitud de sincera conversión y adhesión a su persona.

En íntima conexión con esta centralidad de Jesucristo, en la vida y en la actuación de los evangelizadores debe estar siempre presente el amor a la Iglesia, a la Iglesia concreta, con sus pecados, que son los nuestros, pero también con sus grandes virtudes y valores. Ante quienes desean una Iglesia silenciosa, callada, escondida en las sacristías, debemos mostrar una Iglesia humilde, valiente, fiel al encargo recibido del Señor y presente en la vida pública porque ella tiene la responsabilidad de mostrar a la humanidad el rostro sufriente y glorioso de Jesucristo para que cada ser humano pueda acogerlo en su mente y en su corazón desde la total libertad. Los auténticos creyentes no pueden olvidar nunca que no será posible amar a Cristo, si no se ama a la Iglesia, y tampoco será posible amar a la Iglesia, si no se ama entrañablemente a Jesucristo. En medio de un mundo confuso, desesperanzado y angustiado por multitud de problemas y sufrimientos, la Iglesia debe ofrecer a Jesucristo como camino, verdad y vida, como fundamento y meta de la existencia humana. Todos los bautizados, a imitación de Pablo, no podemos avergonzarnos del evangelio, puesto que es la fuerza de Dios para todo el que cree y porque en él se revela la justicia de Dios (Rm 1,16-17).

En la fiesta de Pentecostés, la Iglesia, al tiempo que celebra la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles reunidos con María en el cenáculo, se prepara también en actitud de profunda oración para acogerle en este momento de la historia. El mismo Espíritu, que acompañó los primeros pasos de la Iglesia, es también el que actúa constantemente en el mundo y en nuestros corazones para recordarnos lo que Jesús nos ha enseñado, para animarnos a superar los miedos y a dar testimonio público de Jesucristo, afrontando las amenazas, los desprecios y las calumnias. En ocasiones, ¿no estamos perdiendo de vista que el Espíritu Santo es el agente principal de la evangelización?, ¿no habremos olvidado que el Espíritu Santo precede, acompaña y culmina siempre la misión evangelizadora de la Iglesia? Siempre es el Espíritu el que nos impulsa a dar testimonio de Jesucristo y el que prepara el corazón de cada hermano antes de que nosotros lleguemos a él con el anuncio de la Buena Noticia. Conscientes de esto, no podemos llamar evangelización a cualquier actividad o compromiso sociopolítico pues, como nos recuerda el papa Pablo VI, “ no hay verdadera evangelización mientras no se anuncie el nombre, la persona y el mensaje de Jesús de Nazaret”.

Por otra parte, hemos de ser conscientes de que la evangelización debemos llevarla a cabo con la palabra pero, sobre todo, con el testimonio de una vida santa. La santidad es la primera invitación que el Señor nos dirige a todos. Los hombres y mujeres de hoy viven saturados de palabras y esperan testigos. No solo necesitan que los evangelizadores les hablen de Cristo sino que se lo muestren con las obras. En este sentido, el papa Juan Pablo II nos recordaba que la evangelización no era tanto una cuestión de “ hacer” cosas sino de “ ser” personas auténticamente creyentes. En ocasiones, muchos entienden la evangelización únicamente como un compromiso en la transformación del mundo. Olvidan que este compromiso solo será evangelizador si parte del encuentro personal con Jesucristo, de la conciencia de misión y del amor a los hermanos. La evangelización es siempre un don, un encargo, un mandato confiado por el Señor y por la Iglesia a todos los bautizados. Por eso no debemos olvidar las palabras de Jesús, cuando nos recuerda que “ sin Él no podemos hacer nada”. Tampoco podemos pasar por alto aquella enseñanza de Pablo, cuando dice que ni el que planta, ni el que riega es importante, sino el que da el incremento y hace que la semilla produzca fruto abundante. Si no tenemos esto presente constantemente estaremos haciendo cosas, realizando proyectos, proponiendo planes, pero no estaremos evangelizando.

En la fiesta de Pentecostés, día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, los Obispos de la CEAS queremos agradecer a Dios el testimonio de fe y de amor a la Iglesia de tantos cristianos laicos, que están siendo con su vida entregada y con su palabra evangélica luces brillantes en medio de la oscuridad y las tinieblas del mundo. Al mismo tiempo queremos invitaros a todos a continuar poniendo vuestra confianza en Jesucristo, el único Salvador. Esta firme convicción debe llevarnos a todos a superar el miedo o el cansancio para presentar el evangelio con valentía, sin reducir las exigencias del mismo y sin concesiones a los convencionalismos del momento. Debemos estar profundamente convencidos de que el anuncio de la Buena Noticia es el mejor regalo para los hombres y mujeres de hoy y este ofrecimiento solamente la Iglesia puede hacerlo. Muchos hermanos nuestros, aunque no lo manifiesten públicamente, tienen necesidad del amor, de la misericordia y de la salvación de Dios, concretados en la persona de Jesucristo. Solo así podrán vivir con esperanza y solo, de este modo, encontrarán el sentido pleno de su existencia. El que confía en Dios sabe que todo depende de su infinita bondad y de su gracia. Por ello se siente pequeño y limitado. Pero, al mismo tiempo y a pesar de las dificultades para el anuncio del evangelio, al escuchar la llamada del Señor, se siente instrumento útil en las manos del Padre para llevar a los hermanos con ilusión renovada y con gozosa alegría los dones y la salvación de Dios que ellos necesitan.

Presidente
Mons. Julián Barrio Barrio, Arzobispo de Santiago de Compostela
Vicepresidente
Mons. Juan Antonio Reig Plá, Obispo de Cartagena
Vocales
Mons. Francisco Javier Martínez Fernández, Arzobispo de Granada
Mons. Francisco Gil Hellín, Arzobispo