Temas: muerte y duelo (pastoral).
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Publicado: Ecclesia LXVIII/3.410, abril (2008), 554-555.
1.- La Campaña del Enfermo 2008 constituye una oportunidad privilegiada para la celebración del misterio de la Pascua, del triunfo del amor y de la vida sobre toda forma de muerte. El dolor experimentado cuando perdemos a nuestros seres queridos, tema de este año, puede incrementar nuestra sensibilidad ante quienes viven estos momentos de la vida, y nos estimula a “ estar siempre dispuestos a dar razón de nuestra esperanza” (1P 3,15). La tradición del Pueblo de Dios ha expresado siempre, de diferentes maneras, la solidaridad ante el dolor producido por la muerte de los seres queridos. Nuestra peregrinación por la vida es un viaje hacia un destino compartido que todo ser humano tendrá que afrontar, pronto o tarde; un viaje que recuerda la vulnerabilidad de los apegos y la inevitabilidad de las separaciones.
2.- Nuestra sociedad de hoy crece en atenciones diversificadas ante quien experimenta el duelo. Nacen y se extienden iniciativas de ayuda individual, de grupos de mutua ayuda, surgen asociaciones de familiares, de expertos en tanatología; se difunden estudios, crece la intervención con familiares de las víctimas de catástrofes y de accidentes, se promueve el voluntariado en momentos tan delicados, aumentan las acciones formativas en torno al tema del duelo, se incrementa la participación en los ritos de despedida, surgen Centros de Escucha especializados. Son todas estas iniciativas encomiables, cuya bondad deseamos reconocer y apoyar desde la comunidad cristiana, particularmente, desde los espacios donde con que se fomenta la pastoral de la salud.
3.- El dolor por la pérdida de un ser querido constituye una experiencia personal y única que cada persona vive a su manera, aunque se produzcan reacciones comunes y sea, en todo caso, una experiencia global, que afecta a la persona en su totalidad: en sus aspectos físicos, psicológicos, emotivos, sociales y espirituales. El proceso de elaboración de dicha pérdida reclama una particular atención a la persona, para que sea vivido responsablemente, en clave de prevención de situaciones patológicas, en apertura a la ayuda que podemos prestar unos a otros con un adecuado acompañamiento, abiertos siempre al bien que la Gracia produce en nuestros corazones, si dejamos que esta se derrame abundantemente (Rm 5,5).
4.- Elaborar el duelo es un trabajo que hemos de hacer como personas y como creyentes, dándonos la oportunidad de repensar las claves fundamentales de nuestra vida (el duelo nos hace “ filósofos”), en paz con nuestra condición de vulnerabilidad y finitud, reconociendo la necesidad de perdonar, perdonarnos y dejarnos reconciliar con los hermanos y con Dios; cultivando sanamente los recuerdos, aprendiendo a recolocar al ser querido afectivamente, abriéndonos a nuevas posibilidades afectivas, creciendo espiritualmente y reconociendo la primacía del amor sobre la muerte.
5.- Nuestra fe nos recuerda que, “ si el espíritu de aquel que resucitó de los muertos a Jesús mora en nosotros, el que resucitó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también nuestros cuerpos mortales por su espíritu que nos habita” (Rm 8,11). Hemos de cultivar, por tanto, de forma exquisita nuestra solidaridad en el consuelo, con palabras que nunca sean huecas, procurando el momento y el modo oportunos, y con la prudencia que advierta que el silencio tiene también su espacio en tales momentos. Las pérdidas, tanto para quienes las viven personalmente, como para quienes tratan de prestar ayuda, abren un proceso que ha de vivirse con la humildad de quien “ pisa tierra sagrada, ante la cual se descalza” (Ex 3,5).
6.- Si en la historia de la Salvación sabemos que solo es posible llegar al destino recorriendo el camino, atravesando el desierto, confiando en la tierra prometida, en el proceso del duelo sabemos que solo adentrándonos en el paisaje de la aflicción, en el desierto del dolor, en los entresijos y jirones del corazón, alcanzaremos, confiados en la fuerza del amor, el destino prometido de la vida en Dios. Es decir, nuestra resurrección, la tierra donde ya no habrá llanto ni pena (Ap 21,4).
7.- Poniendo nuestra mirada en Jesús, lo sentiremos cerca, viéndole llorar por la muerte de su amigo Lázaro, reaccionando humanamente en el Huerto de los Olivos preparando su duelo anticipado, dejándose ayudar en el camino del Calvario por el Cirineo. Pero también, viendo a los discípulos, sentiremos con ellos el dolor del duelo, camino de Emaús (Lc 24,13-35). Y, al acudir al sepulcro, con las mujeres en la mañana del domingo (Mt 28), advertiremos que la muerte no mata nuestra esperanza.
8.- Queremos reconocer la legitimidad de los sentimientos humanos (Mt 17,22) y su expresión, y exhortar a un acompañamiento empático con los que sufren, de modo que se humanicen las relaciones en el duelo, liberándolas de tópicos fríos y vacíos y cargándolas de la proximidad que da el ejemplo de Dios, que asumió, al encarnarse, nuestra condición humana (Flp 1,1).
9.- Animamos a toda la comunidad cristiana, pero especialmente a los presbíteros y a los agentes de pastoral de la salud, a promover una praxis pastoral renovada. A celebrar la muerte con lenguaje apropiado, a cuidar los ritos de forma que, expresando más claramente el sentido pascual de la muerte cristiana (Sacrosanctum Concilium 81) ▶, respondan mejor a las circunstancias de cada persona, de cada grupo, del modo en que se produce el fallecimiento y de cuantas variables puedan contribuir a una vivencia sana del duelo. Animamos a todos a crear una “ cultura cristiana del morir” en sintonía con los valores evangélicos.
10.- Expresamos nuestro convencimiento de que solo la fe en la resurrección puede cambiar el miedo en valentía, la tristeza en serenidad. La fe nos dice que “ cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal como Él es” (1Jn 3,2). Y esta esperanza, que compartimos, se alimenta en las experiencias de resurrección que advertimos cada vez que el amor triunfa en nuestros procesos vitales sobre toda forma de enfermedad, limitación y muerte. Nuestra esperanza en la resurrección se hace así fuerza vital que dinamiza nuestra vida, también en el dolor compartido.
11.- Nos unimos finalmente en la oración con quienes se encuentran en el duro trance de zurcir los desgarros del corazón, producidos por la pérdida de un ser querido. Estamos con los padres, madres, hermanos y abuelos de quienes fallecen en edad temprana. Miramos a María, Salud de lo enfermos y consuelo de los afligidos y, viéndola junto a la cruz, hacemos una llamada a la solidaridad espiritual. Jamás podrá apagarse la llama del amor, aunque asomen las lágrimas en nuestros ojos, porque el amor es eterno. Dios es amor.
Jesús Catalá Ibañez, obispo de Alcalá de Henares
Rafael Palmero Ramos, obispo de Orihuela-Alicante
Francisco Ciuraneta Aymí, obispo de Lleida
Carlos Soler Perdigó, obispo de Girona
Esteban Escudero Torres, obispo auxiliar de Valencia