Sede Apostólica
Comisión Pontificia para América Latina
  -  Mensaje
Día de Hispanoamérica 2020
Para que en Él tengan vida
1 de marzo de 2020

Temas: misión ad gentes (vida).

Web oficial: https://conferenciaepiscopal.es/wp-content/uploads/2020/02/22020-misiones-dia-hispanoamerica-mensaje-presidencia-pontificia-comision-America-Latina.pdf


Agradecido, me dirijo a vosotros con la alegría de celebrar la cita anual del Día de Hispanoamérica en España, a todos los tantos sacerdotes, religiosos y religiosas, y laicos que desde la escucha de la voz de Dios y su generosidad de vida habéis respondido para servir a hermanos y pueblos de Hispanoamérica en misión ad gentes. Sois vosotros la parte de la Iglesia española que, con la gratuidad enraizada en la vida de fe y servicio, recordáis al mundo la solicitud apostólica universal que hace visible la apostolicidad que lleva el mensaje y la vida del Evangelio a todos los rincones de la geografía, la historia y la existencia del mundo. Como lo recuerda el papa Francisco en Evangelii gaudium , «simplemente reconoceríamos que la salida misionera es el paradigma de toda obra de la Iglesia» (EG, n. 15).

Saludo con especial gozo y empeño a Mons. Francisco Pérez González, quien es presidente de la Comisión Episcopal para las Misiones y Cooperación entre las Iglesias de la Conferencia Episcopal Española, así como a todos los colaboradores y delegados diocesanos de Misiones, alentándoles a perseverar en el concreto empeño misionero y para seguir pidiendo sobre vosotros el don del Espíritu Santo, motivador y realizador de toda la vida misionera en la Iglesia.

Este año tenemos como lema del Día de Hispanoamérica “Para que en Él tengan vida”, una dimensión fundamental de la vida que Dios nos participa y nos invita a compartir, el núcleo vivo que anima y verifica el caminar misionero de la Iglesia, de la vida que se transforma en Vida.

Ya el papa Benedicto XVI en la presentación del Documento final de Aparecida recordaba que hay que ayudar a los pueblos «a ser discípulos y misioneros de Jesucristo, para que en Él tengan vida» con «luz y aliento para una fecunda labor pastoral y evangelizadora » para que en el encuentro, el testimonio y el anuncio del Evangelio, «caminando desde Cristo se busque su rostro» (cf. Novo millennio ineunte, n. 29 ).

Así, desde la riqueza del encuentro, la perspectiva de la vida divina y en la plenitud de la humanidad, están en juego y en curso el desarrollo armónico de las sociedades y la identidad católica de los pueblos latinoamericanos. Por ello, desde vuestra coherencia y alegría, en vuestro ser y estar como misioneros, os animo a seguir ayudando a los fieles cristianos a vivir su fe con alegría y coherencia, a tomar conciencia de ser discípulos y misioneros de Cristo, enviados por Él al mundo para anunciar y dar testimonio de nuestra fe y amor.

Solo la verdad unifica y su prueba es el amor, y participando de la vida divina que nos hizo hijos de Dios por adopción y habiendo recibido, además, el Espíritu Santo que ha venido a fecundar las culturas -purificándolas y desarrollando los numerosos gérmenes y semillas que el Verbo encarnado ha puesto en ella-, nos orientamos así por los caminos del Evangelio.

Siendo medio de comunión en las comunidades y pueblos, y con toda la Iglesia, abriendo a todos al crecimiento en la verdadera humanización, ayudais al auténtico progreso. El Verbo de Dios, haciéndose carne en Jesucristo, se hizo también historia y cultura.

Así, la experiencia de la vida misionera que vais construyendo, desde la vida de todos vosotros en el antes y el hoy que mira hacia adelante, hacia el mañana, es clara la afirmación de vuestra historia de salvación concreta. Siempre ha significado un paso hacia adelante como un reto, como un salto hacia el amor concreto que la caridad misionera de la Iglesia traduce siempre en una certeza, la certeza del encuentro con otro ser humano en el anuncio, en la vivencia del Evangelio, en la construcción del reino de Dios.

La vida divina es comunión, por lo tanto, donde surgen y crecen familias, comunidades, pueblos, ¡crece la vida! Desde la vida en vuestras familias, de vuestros lugares, pueblos y comunidades, Dios mismo en la Iglesia os ha ayudado a valorar desde vuestras raíces la vida propia y comunitaria, os ha ayudado a otear en el deseo del encuentro, desde la caridad de Cristo, al hermano con rostro diferente y con un mismo corazón, el del Señor. Desde la vida de vuestra diócesis y de vuestras comunidades donde, Dios os ha ido permitiendo asomar la vida, deseando vida nueva y más grande en cada hermano, en cada encuentro, barbechando y arando la propia realidad, disponiendo la propia existencia en servicio, en aprendizaje, en el movimiento del Espíritu para amar y servir, crecer y caminar juntos.

Comprometerse con otros, de cualquier credo y cultura, para el cuidado de la casa común es una manera privilegiada de evangelizar, es fomentar fraternidad, solidaridad, diálogo.

Así, para vosotros, beber y dar a beber “misioneramente” en la vida ha significado compartirla, dar un salto al océano Atlántico ya la distancia que os separaba de Hispanoamérica, descubriendo y valorando, encontrando nuevas fuerzas y nuevas razones en la identidad de Cristo, en la comunión con tantas personas, en la construcción desde el Evangelio de una vida nueva para todos, de un bien común.

Nuevas raíces desconocidas en lo humano y lo cultural, nuevos y exigentes itinerarios, os han ayudado a desprenderos de tantas cosas por comprender y abrazar tantas otras, atentos a la dimensión religiosa de sus culturas y sus tradiciones, celebrando con sus manifestaciones de religiosidad y piedad popular, caminando por caminos de caridad y de justicia, a descubriros siempre nuevos, en conversión continua, por caminos que sólo el Señor ha caminado.

Por ello, evangelizar en Hispanoamérica y acompañar la vida de pueblos y comunidades ha significado para vosotros dar un salto vital junto con otros para caminar juntos, como lo recuerda el papa Francisco en su discurso conclusivo del Sínodo para la Amazonia , que «estamos entendiendo cada vez más qué es esto de caminar juntos, y estamos entendiendo qué significa discernir, qué significa escuchar, qué significa incorporar la rica tradición de la Iglesia a los momentos coyunturales».

Ante la inmensa diversidad de pueblos y culturas en Hispanoamérica, asociadas muchas de ellas a realidades de diversidad natural y humana, con grados de mestizaje cada vez más crecientes, con expresiones de religiosidad y de piedad que conviven con nuevas expresiones culturales y religiosas en frágiles equilibrios, impulsan vuestro compromiso con la vida de esos pueblos y la vida del pueblo de Dios allí presente, compenetrados en el continuo diálogo de vida desde la fe que anunciáis y celebráis, como «evangelizadores del alma», que en palabras del papa Francisco en Evangelii gaudium (n. 268 ), «(desarrollando) el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es la fuente de un gozo superior».

Acompañarles desde su dignidad e integraros en su vida ha implicado caminar en las identidades y en las relaciones culturales de los pueblos, desde la historia que les precede hasta la historia que desde la fe se ha ido construyendo en medio de ellos, desde sus anteriores saberes y valores hasta el cuidado de su ecología natural y humana, de sus diversas maneras de expresar y celebrar la vida y la fe, en el pulso vital del que sufre y del que espera. El papa Francisco ha subrayado la relación vital en el cuidado de la Casa común conciencia ecológica amplia-, tanto en lo creado como en las sociedades humanas, con sus dependencias vitales, donde «todo está conectado» (Laudato si’, n. 16 ). Donde brota la claridad de la dignidad humana, llega a decantarse en la dignidad del respeto a lo creado, en la relación de vida de las personas y pueblos, y en un desarrollo justo y solidario. La ecología integral implica el respeto al ambiente vital que incluye la promoción y protección de las diferencias e identidades culturales.

Nuevos retos en este impulso misionero, que a la vez de ser comunicador, impulsor e integrador de la vida desde la fe celebrada, se os presentan ante los nuevos caminos de explotación y especulación compulsivas de bienes y personas, de desigualdades patentes, de injusticias, violencia, marginaciones, exclusiones, inestabilidades sociales, de nuevas formas de dependencia política y de migraciones, de colonización ideológica guiada por poderosos medios, entre otras tantas nuevas realidades.

La vida divina penetra, sana, purifica, ilumina y lleva a cumplimiento. Por ello, la vida adquiere para vosotros un reto aún más concreto en la medida en que, guiados por la comprensión de Cristo ante las situaciones presentes, guiais –como enseña el papa Francisco– a «la comunidad evangelizadora (que) se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así “olor a oveja” y estas escuchan su voz. Luego, la comunidad evangelizadora se dispone a “acompañar”. Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean» (EG, n. 24), y a discernir juntos desde la experiencia de la imparable e inasible resurrección de Cristo. Vida nueva, comunitaria, que es también vida sinodal.

La alegría de vosotros al ser medio de gracia para muchos desde la experiencia vigente del primer amor, con la certeza de haber sido amados primero por Cristo, y con la valentía de amar a los hermanos de la misma manera, es el salto que habéis hecho de partir de la vida digna y esperanzadora para seguir profundizándola en esta senda misionera, en la cultura actual y en cada encuentro. Vuestra vida y consagración traducida en amor y servicio de la Iglesia a los hombres es una invitación a seguir sumando a la vida con vida nueva en Cristo, resucitada, inculturada en la encarnación del Evangelio en esas tierras, a la presencia de esos pueblos en la vida de la Iglesia.

Gracias de nuevo por vuestro caminar y vuestro construir día tras día, de orar con nuevas razones de vida nueva a Dios, de proclamarlo a pesar de cansancios y fatigas, sin olvidar que vuestro bautismo os hace llamar a cualquier hombre o mujer en este mundo “hermano” en el camino de misión en el que estáis.

América Latina es una tierra de amor especialmente vivo, cercano y gozoso a la santísima Virgen María, presente en las muchas advocaciones marianas esparcidas en todos los pueblos latinoamericanos, que camina en la Iglesia en la sencillez y efectividad del amor recibido y entregado en seguimiento y servicio, ayudándonos a voltear hacia Jesús en todo momento y hacer lo que Él nos diga. Pidámosle a ella que, desde el deseo y la realidad de hacer la voluntad de Dios en su vida y de no ser indiferente a las situaciones en torno a ella, nos ayude a no apartar la vista de los más pobres y de los que tienen mayor necesidad, a fin de hacerlo presente en nuestro ser sacramento de vida siempre nueva en medio del mundo, como misioneros y partícipes de la vida de gracia en la Iglesia.

Marc. Card. Ouellet,
Presidente Pontificia Comisión para América Latina.