Publicado: BOA 2003, 22.
Desde el lunes 17 hasta el sábado 22, el arzobispado de Valladolid, a través de la Delegación de Familia y Vida, ha celebrado la XIX Semana de la Familia ▶. En esta ocasión el tema ha sido «Familia: cultura, trabajo y derecho». Una buena experiencia vivida por cientos de personas, que lógicamente ha sido poco resaltada por los medios locales. Es tema sobradamente conocido lo que puedan decir los cristianos acerca de la familia. ¿Tema sobradamente conocido? Sinceramente creo que no.
Estoy convencido de que una política favorable al matrimonio y a la familia es una sana política social. No es preciso compartir una determinada concepción religiosa o moral para saber que la institución matrimonial, y la familia que de ella deriva, son bienes que deben ser defendidos jurídica y políticamente por los benéficos efectos sobre la educación de las jóvenes, cuyos efectos inmediatos son la cohesión social y la mejora de la misma sociedad. ¿Alguna otra forma de convivencia es capaz de ofrecer un contexto humano completo para el desarrollo afectivo y moral de los hijos que el llamado “matrimonio tradicional”?
En pura lógica, el Estado debe extraer las consecuencias, ya que la institución familiar es uno de los elementos nucleares de toda civilización. Sigo por ello sin entender una política que desampare a la familia basada en el matrimonio civil o religioso y que valore por igual cualquier forma de relación afectiva, como si de todas ellas se siguieran idénticos beneficios sociales. Sin embargo, los cimientos racionales y morales que permiten reconocer y afirmar el valor del matrimonio y de la familia son cada vez más débiles en la mentalidad ambiental.
Tal vez esté sucediendo lo que los obispos españoles dijimos en una Instrucción pastoral bastante vilipendiada: se está produciendo «un oscurecimiento de la conciencia moral» que hace muy difícil a muchas personas distinguir el bien del mal (La verdad os hará libres) ▶. Ya no basta apelar al derecho natural porque sus mismos fundamentos no son reconocidos.
No sé si lo único que resta a las familias es la movilización social o la batalla política, para que sean reconocidos sus derechos. En todo caso, esa movilización debería aprovecharse para mostrar la belleza humana de la familia, su profunda racionalidad y su correspondencia con el deseo de unidad, de concordia y de gratuidad que alienta en nuestros contemporáneos, más allá de los frágiles esquemas ideológicos. Esto está por encima incluso de programas electorales.
Aliento a las familias cristianas de Valladolid a que sepan asociarse y ayudarse mutuamente en el complejo mundo que vivimos, en el que no basta la buena voluntad de tantos matrimonios y familias que lucha aisladamente, pero que su esfuerzo es casi inútil, puesto que grupos minoritarios pero con enorme potencial de influencia convergente se encargan de producir en la familia daños que necesariamente recaen sobre el conjunto de la sociedad.
† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid