Conferencia Episcopal Española
Comisión Episcopal de Pastoral Social
  -  Conferencia
XL Semana Social de España 2006: Propuestas cristianas para una cultura de la convivencia
La armonía fe-razón como promesa
de auténtica convivencia social
5 de noviembre de 2006

Temas: fe, razón, religión, laicidad, sociedad y Doctrina Social de la Iglesia.

Web oficial: http://www.semanassociales.es/100/RomeroPose.pdf


  • La Doctrina social de la Iglesia: de Juan Pablo II a Benedicto XVI
  • La Doctrina social de la Iglesia como superación de las aporías culturales
  • Armonía fe y razón y su importancia en el ámbito social
  • En vísperas del Discurso de Benedicto XVI en la Universidad de Regensburg
  • Alcance y significado social del Discurso de Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona
  • Algunos precedentes de la lección de Regensburg: necesidad de la relación fe/razón para el diálogo de los creyentes con el mundo laico
  • Conclusión

    La Doctrina social de la Iglesia: de Juan Pablo II a Benedicto XVI

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    Mis disculpas iniciales por no atenerme al título indicado por los organizadores de la Semana y que figura en el programa de la misma (“ la disyuntiva “ gueto-permeabilidad” y su correspondiente “ conflicto-armonía”); y mis obligadas excusas por atreverme – movido únicamente por la insistencia de los amigosa afrontar una temática que adquiere cada día una más urgente actualidad: la aportación complementaria de los diversos modos de comprender la sociedad y la convivencia social y la apertura de unos a otros para que en la búsqueda y encuentro de la posible armonía la sociedad pueda crear y respetar el espacio común en el que las personas puedan realizarse personal y socialmente.

    Entiendo que este es el servicio que quiere prestar la Doctrina social de la Iglesia: favorecer el marco en el que la exclusión no sea la brújula orientadora de la convivencia, sino el ámbito en el que todos se sientan amparados con el reconocimiento y defensa de los inalienables derechos humanos.

    Muchos son los principios, especialmente a lo largo de los dos últimos siglos, que la Doctrina social de la Iglesia ha establecido para que la sociedad no solo pueda añorar la paz, la solidaridad, el derecho a la vida y a libertad, y la unidad salvaguardando la diversidad, sino que la Doctrina social de la Iglesia ha propuesto y propone caminos concretos para que los valores referidos puedan ser alcanzados, no heridos y menos lesionados. Podríamos, sin dificultad, aducir muy variados y recientes ejemplos, por otra parte por todos conocidos.

    En cada momento histórico la Doctrina social de la Iglesia trató de adentrarse en el corazón de los problemas humanos e, iluminándolos, hacer presente la respuesta cristiana capaz de llegar hasta todas las dimensiones en las que está inserto el hombre. La Doctrina social de la Iglesia intenta ofrecer la peculiar y singular antropología cristiana necesaria para que la sociedad no se establezca de un modo fragmentado. Es obvio que la antropología cristiana no es inteligible sin Dios en el centro de la creación, de la existencia humana y de la historia.

    En los últimos decenios, y ateniéndonos solo a las abundantes y riquísimas enseñanzas de índole social de Juan Pablo II, hemos constatado como la aportación de la Doctrina social de la Iglesia —una parte de las más importantes Encíclicas de Juan Pablo II han merecido el ser considerado Encíclicas Socialeshan significado un aliento especifico para que el hombre de fines de un milenio y de los comienzos de los años 2000 pudiese no olvidarse quién era él mismo, cómo podía afrontar los graves retos en el espacio de la moral personal y social, cómo responder a las nuevas preguntas en el campo de la bioética, cómo ayudar a superar los conflictos bélicos y políticos y, no en último lugar, cómo favorecer las nuevas organizaciones sociales y cómo dar respuesta a los problemas suscitados por los nuevos nacionalismos insolidarios en un mundo globalizado.

    La Doctrina social de la Iglesia, después del Vaticano II y de un modo especial con el magisterio de Juan Pablo II, se fue presentando como la versión y visión de la teología católica, mejor de la doctrina católica, más cercana a los nuevos problemas.

    Así se entiende que el entonces Cardenal J. Ratzinger, a principio de los años noventa, llegase a escribir que cada día caía más en la cuenta de que su labor teológica había sido – mucho más allá de lo que él creía en los inicios de su servicio teológicoDoctrina social de la Iglesia. Recientemente lo ha corroborado, ya como Obispo de Roma, en el Discurso a los participantes del IV Encuentro Nacional de la Iglesia en Italia celebrado en Verona el 19 de octubre de 2006.

    La Doctrina social de la Iglesia como superación de las aporías culturales

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    A partir de estas afirmaciones introductorias he considerado de interés llamar la atención sobre algunas indicaciones e importantes orientaciones ofrecidas por Benedicto XVI en relación a la convivencia social y en orden a la superación de los graves límites que nuestra cultura, cada vez más burguesa y homogénea, impone a la sociedad.

    Subrayo ya desde ahora que para Benedicto XVI proponer una nueva convivencia u otro estilo de la misma, al igual que otro modelo de sociedad, equivale a proponer una nueva cultura o una alternativa o mutación cultural que impida el hundimiento y la derrota de lo humano y la fractura de la sociedad. Los presupuestos culturales, a la par de su discernimiento, merecen, para Benedicto XVI, la primacía de la atención de la Doctrina social de la Iglesia.

    Es evidente que sus intervenciones a este propósito, como Obispo de Roma, esconden un rico y dilatado itinerario teológico, primero como profesor y, posteriormente como cardenal, a la luz del cual tenemos que leer e interpretar sus enseñanzas magisteriales como sucesor de Pedro, como se manifiesta con toda evidencia en la Carta Encíclica Deus caritas est al referirse a la Doctrina social de la Iglesia como ayuda a las múltiples estructuras de servicio caritativo en el contexto social actual. La Iglesia como comunidad de amor presta este servicio de caridad, de amor, a la Humanidad para que puedan reencontrar la fraternidad perdida. Nada inédito aparece a los ojos del lector en la Encíclica para quien había seguido la producción teológica ratzingeriana.

    El análisis de la Encíclica Deus caritas est nos ofrece caminos nuevos para comprender la aportación propia e inequívoca de la Doctrina social de la Iglesia para la superación de las aporías sociales en las que se ha visto sumergido la sociedad de nuestros días, de un modo especial la sociedad europea, tanto en lo que mira a la persona humana como a la organización de la sociedad como tal en sus distintas dimensiones políticosocial, jurídico, económico y interelacional. Pensemos solo por un instante en la fatídica sombra del nacionalsocialismo y del comunismo histórico.

    Armonía fe y razón y su importancia en el ámbito social

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    Pero uno de los motivos nucleares en el pensamiento de Benedicto XVI —confirmado por los contenidos de la Carta Encíclica Fides et ratio de Juan Pablo II es la armonía fe-razón, uno de los aspectos más cultivados y más atendidos durante toda su labor eclesial. Y esta, como cuestión especialmente urgente a los interrogantes, reclamos y exigencias de la modernidad y por la cultura que hunde sus raíces en la Ilustración.

    Benedicto XVI desde la íntima relación fe/razón propone al diálogo en pro de la posible y justa convivencia; el diálogo mundo laico/mundo religioso como exigencia imprescindible para bien de la Humanidad y como instancia que por estar hoy abandonada, no deja de tener una importancia decisiva para la convivencia ciudadana. Podríamos afirmar, sin caer en exageraciones unilaterales, que el entendimiento entre los espacios que se asientan en la sóla razón y los que amplían el horizonte desde la perspectiva de la religión están llamados a la íntima colaboración para que la Humanidad no cierre caminos de futuro y estemos abocados a previsibles hendiduras sociales.

    En este sentido la cuestión apuntada, tan fuertemente subrayada por Benedicto XVI, debería constituir una de las preocupaciones centrales del pensamiento social de la Iglesia en estos momentos. Con otras palabras, la Doctrina social de la Iglesia centrará sus esfuerzos en favorecer el acercamiento entre la visión racional, o si queremos el mundo laico, y la perspectiva religiosa, o mejor la perspectiva creyente, para que sobre la base de una armonía con la dimensión religiosa se puedan no solo reconocer sino cimentar los derechos fundamentales del hombre y de la sociedad; y, se pueda proponer con garantía, la realización de los mismos para la superación de las conflictividades sociales cada día más crecientes debido al rechazo de la armonía fe/razón sin la cual se puede establecer un auténtico diálogo en el que se engloben todas las dimensiones fundamentales del hombre.

    En vísperas del Discurso de Benedicto XVI en la Universidad de Regensburg

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    Vamos a señalar, a modo de rememoración, algunas afirmaciones o algunos principios expuestos por Benedicto XVI, sobre en entendimiento fe/razón o sobre la racionabilidad de la fe. Ya he aludido que la Carta Encíclica Deus caritas est, quiere hace patente cómo el eros y ágape – lo humano y lo divino, la razón y la feno son dos realidades independientes sino que una está llamada al servicio de la otra.

    Es un modo nuevo de reflexionar, al igual que el discurso de Ratisbona, sobre el permanente problema del natural/sobrenatural, de creación/salvación, amor humano/amor divino. Como es sabido el influjo que han tenido las diversas respuestas a esta cuestión ha marcado decisivamente la concepción de las distintas formas de sociedad y de convivencia social. La mirada puesta por Benedicto XVI en los vectores culturales del presente – hija de la ilustracióny, explícitamente en las críticas al cristianismo expresadas por Friedrich Nietzche y el marxismo, le obliga a insistir con más fuerza y urgencia que la novedad cristiana es la más cierta de las propuestas para que el hombre pueda gustar de la felicidad y de la convivencia en paz.

    La Doctrina social de la Iglesia debe ser la portadora de esta novedad, que hace nuevas las cosas y la sociedad y revitaliza la convivencia de la Humanidad; y debe ser acogida como la ayuda a avanzar en el camino de una sociedad más humana a la que se le abren nuevas vías si no rompe la exigida y natural llamada a la unidad entre lo creatural (razón) y la fe, si no rechaza la primera (razón) el ser resanada, purificada y plenificada por la segunda (fe). La cita explícita de Friedrich Nietzche y las consecuencias de la filosofía del progreso y en su forma más radical, la ideología marxista, son indicaciones de Benedicto XVI a tratar de solucionar a los problemas sociales actuales - especialmente los de las relaciones interpersonales y, por ende, la convivenciacon respuestas que desvelen el significado y consecuencias de sus más hondas raíces culturales. Las orientaciones del profesor, del cardenal Ratzinger y del papa Benedicto XVI fijan su mirada en el diagnóstico cultural para centrar su respuesta y solución a las necesidades sociales.

    Pero podíamos añadir otras muchas citas procedentes de tiempos y geografías distintas: su preocupación pastoral en Múnich se manifiesta en las predicaciones sobre la racionabilidad de la fe y la creación en donde aparece en el horizonte del cardenal arzobispo de Múnich, en el año 1981, la influencia en la convivencia social del pensamiento de Laplace, Eisntein y Monod. La física, La biología y las ciencias naturales – por las que siempre tuvo pasión el joven Ratzingerestán influyendo en un nuevo modo de ver la creación y de establecer la ciudad terrena. La Doctrina social de la Iglesia no puede obviar los climas culturales que hacen más o menos humana la convivencia humana que la arquitectura física que configura nuestras ciudades.

    Alcance y significado social del Discurso de Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona

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    En la lección magistral con motivo del Encuentro con los representantes de la Ciencia en el Aula Magna de la Universidad de Regensburg, el 12-9-2006, Benedicto XVI realizó un impagable esfuerzo ofreciéndonos la síntesis de lo que él considera los más urgentes problemas de la sociedad; y, a modo de resumen, vuelve de nuevo sobre lo que había estado en el centro de su ocupación intelectual y eclesial con especial intensidad en los últimos decenios. En la Vorlesung (lección) de la Universidad bávara de Regensburg —Fe, razón y universidad. Recuerdos y reflexionesse señala todo un posible itinerario para aportar soluciones a las demandas social-culturales del presente y sugerentes indicaciones para la convivencia social.

    El Discurso de Benedicto XVI en el Aula Magna de su vieja Alma Mater, es, por así decir, un posible, necesario y nuevo itinerario para la Doctrina social de la Iglesia en nuestros días. Al pensamiento social de la Iglesia se le han abierto rutas inéditas que si son secundadas fecundarán las posibilidades de una sociedad en búsqueda de una convivencia que producirá más frutos en vez de seguir levantando muros que obstaculizan el ser superados para llegar al encuentro del otro. Digo muros por el significado fuerte que el término tiene hasta el 9-11-1989.

    El Papa recuerda la riqueza de la interdisciplinariedad en la Universitas. Si esta es el lugar de búsqueda y hallazgo de la verdad y la que da consistencia a la communitas, de modo similar se puede decir de la sociedad en general; la interdisciplinariedad es la experiencia – reflejada en los años del joven profesor J. Ratzinger en la celebración del dies academicus de formar parte de un mismo cuerpo y de comprometerse bajo la guía de la única razón, en todas sus dimensiones, constatando que es posible adquirir una experiencia viva en la que todos reciben de todos. De igual modo que la interdisciplinariedad conlleva la apertura al otro y presupone la aportación del otro que aúna y forma comunidad —en este caso la comunidad académica—; así también la interculturalidad es un impedimento para la convivencia si no se vive desde la dialéctica apertura/aportación.

    Nada más cerca de la Doctrina social de la Iglesia que el permanente cuidado y vigilancia de lo que es humano para no dejar oculta la profesión en el Dios Creador. Recuerda Benedicto XVI en Ratisbona que actuando bajo la razón y comprometidos en el ejercicio de la responsabilidad de cada uno con el recto uso de la misma es posible la experiencia del saber y del vivir desde la universalidad, a la par del saber y vivir en la propia especialidad, desde lo más propio y lo concreto.

    La experiencia de la armónica existencia en la convivencia con los demás, si no queremos correr el riesgo de independizar el saber del vivir y caer en el peligro de un saber que alejándonos de la sabiduría (e. d. saber para la vida) nos sumerja en la espiral de la ideología nos está reclamando, según Benedicto XVI, la armonía fe/razón, la reconciliación con la naturaleza para no ser víctima de una continua aversión al Creador. A nadie se le escapa que la convivencia no es posible allí donde el rechazo del Creador hace inviable la comprensión y acogida de la creación, de especial modo de la creatura.

    Con razón K. Lehman, escribía, hace pocos días, que Benedicto XVI, en la Universidad de Regensburg, no quiso enunciar más que aquello que había sido el programa de toda su vida, desde los inicios como docente en el 1959: mostrar la necesidad y la posibilidad de la conciliación de la fe y la razón como respuesta a los problemas de la modernidad y como la clave existencial en la construcción de la historia.

    La Doctrina social de la Iglesia, coherente con estos principios, debe conceder el primado a lo que aparece como indiscutible en las raíces de la Europa cristiana: la no ruptura de la cohesión interior en el cosmos de la razón cuando no deja de estar presente la pregunta sobre de Dios – puesta en el corazón del hombrey la respuesta de Dios mismo dada a su criatura (la Revelación). Se puede deducir de las palabras de Benedicto XVI que es radicalmente imposible la convivencia y cohesión social si Dios es el gran ausente. El eclipse de Dios conlleva el eclipse del hombre. En más de una ocasión había citado el cardenal Ratzinger a un teólogo de lengua alemana que había escrito en los tristes tiempos del nacionalsocialismo: un Estado, un poder, que prescinde de Dios se convierte en un Estado criminal.

    La lección de Regensburg ha querido ser el panorama y herencia del profesor universitario que ahora como Papa quiere entregar su legado intelectual y espiritual insistiendo en que es urgente dar la primacía al entendimiento fe/razón aprisionados por una cultura y una sociedad transida de escepticismo radical. Sólo así se impedirá que la Humanidad no se extravíe y esta pueda progresar por caminos de entendimiento y convivencia solidaria.

    Pasando por alto la controvertida referencia al Corán – que por secundaria en esta ocasión no deja de ser un hito histórico para toda la Humanidady que provocó, muy probablemente, que se convirtiese la lección de Regensburg en el texto del Papa más leído sin parangón alguno con cualquier otro, lo más importante es que Benedicto XVI apuntó y desveló la decisiva importancia de la racionabilidad de la fe para dar respuesta a los problemas no solo de la sociedad occidental sino a los que están emergiendo con fuerza nueva en los distintos lugares del globo: desde la guerra hasta el entendimiento intercultural y el diálogo interreligioso, para libertad y la paz y la justa distribución de bienes, para la armonización entre minorías y mayorías.

    Benedicto XVI al reclamar suma atención a la íntima y amigable relación entre fe y razón invita a los responsables de la sociedad y de su organización a que no cierren sus ojos —por no aceptar propuestas, a la par que racionales también espirituales, ¿por qué no decirlo?, por volver la espalda a la Doctrina social de la Iglesiaal oscurecimiento de Europa, a la decadencia y fin de una civilización, al derrumbamiento demográfico, a la crisis del derecho y de la justicia que son aceptados como soporte de una débil e inestable convivencia. El panorama descrito por Benedicto XVI en su lección universitaria no permite repetir la expresión de Juan Ramón Jiménez: Me entristece el hoy pero me alegra el mañana.

    Mas Benedicto XVI va más lejos. La necesaria y urgente llamada a poner a Dios en el centro de la sociedad en armonía con la razón, para que la convivencia humana no se convierta en un problema crónico e irresoluble, conlleva que la Doctrina social de la Iglesia no renuncie a la profesión explícita de que la garantía de toda convivencia y entendimiento humano es actuar según la razón y esta ha lugar cuando se actúa conforme a la naturaleza de Dios. Dimitir de este principio es tanto como negar la razón de ser de la Doctrina social de la Iglesia. Exiliar a Dios es el anuncio del destierro de la razón, es entregarse al arbitrio de la irracionalidad.

    La lección de Regensburg evoca, en muchos de sus pasajes, a los problemas que necesitan ser repensados para una justa organización de la sociedad: la conexión entre libertad individual y justicia social, la conciencia y la verdad, democracia y Estado en medio de una cultura relativista, los peligros del subjetivismo y del poder, sobre los que desde los inicios de los años noventa el cardenal J. Ratzinger había abierto nuevos caminos de solución y había indicado campos concretos que, por su actualidad y urgencia en ser respondidos, la Doctrina social de la Iglesia no podía marginar por más tiempo.

    Me refiero en concreto a le lección de ingreso en la Academia de Ciencias Morales y Políticas del Instituto de Francia (7 noviembre del 1992) en la que expuso los principios morales que deben regir en las sociedades democráticas. A la lecciones de Dallas y Bratislava, en el 1991 y 1992, donde se esclarece la necesidad de dilucidar la relación entre libertad política y libertad moral y la relación conciencia-verdad. La trayectoria intelectual del Cardenal J. Ratzinger en los inicios de la década de los noventa muestra una sorprendente aproximación a los problemas social-políticas pero buscando las causas de los mismos y la solución en la antropología cristiana desde todas sus dimensiones. Todos ellos reaparecen implícitamente en el discurso ratisbonés como un alegato que podría sonar de este modo: si excluimos la antropología cristiana es imposible el futuro de la convivencia, no hay espacio para el entendimiento común en un mundo globalizado y plural.

    De ahí que las respuestas a la grave problemática expuesta en el discurso de Benedicto XVI muestran cómo únicamente la Doctrina social de la Iglesia – singular referente de la concepción del hombrese ofrece como camino único de salida a convivencia en la nueva sociedad y como la Doctrina social de la Iglesia debe discernir la cultura y sus consecuencias en la sociedad y ser, asimismo, el antídoto contra las desvirtuaciones que conlleva toda obra humana.

    La convivencia en nuestros días siente que todos respiramos en una atmósfera ionizada por la secularización. Benedicto XVI no estuvo ajeno ni desistió de seguir de cerca este proceso secularizante, que constituye el latido del corazón de la modernidad. El fenómeno de la secularización, de hondas raíces, ha afectado no solo a la sociedad en general sino todo ha invadido la fibra religiosa. La simbiosis prolongada entre sociedad y religión, más en concreto con el cristianismo – Europa es la cristiandad, había escrito Novalisllegó a romperse, pero esta fractura no ha impedido que nos sigamos preguntando por el devenir de nuestros pueblos y de la misma Europa; si es posible convivir despreciando al Padre de la creación y de la Humanidad, endiosando la razón rota y fragmentada, cerrando la inteligencia y la voluntad al pálpito del corazón.

    Benedicto XVI reafirma su convencimiento en el discurso de Ratisbona de que la Doctrina social de la Iglesia —servicio inigualable que la Iglesia presta a la Humanidadexplicita la comprensión de Dios, la verdadera medida de la criatura y el auténtico alcance de la religión al proponer la posibilidad de encuentro en un mundo plural si en este se reconozca y tenga verdadero ejercicio y cabida la armonía entre la razón y la fe.

    El antiguo profesor de teología de Ratisbona enriqueció, en el Aula Magna de su Universidad, esta perspectiva con razones histórico-teológicas aludiendo a la sintonía entre el mundo helénico (razón) y la revelación bíblica (fe) que se manifiesta en la traducción de los LXX; y recordando la afirmación de que no actuar “ con el logos” es contrario a la naturaleza de Dios. Es posible compartir la creación, convivir en ella, cuando no se excluye – digásmoslo con una imagen de la Sixtina de Miguel Ángel Buonarrottique la Mano de Dios alcanza y toca el dedo del hombre, que lo que ha salido de Dios (razón) no es ajeno a la Mano Creadora (fe).

    Para el encuentro con el mundo ilustrado y con la razón moderna y para el hallazgo de un lugar común en el que todos puedan convivir Benedicto XVI ofrece este capítulo – armonía fe/razónpara ser desarrollado por la Doctrina social de la Iglesia. Sin este presupuesto doctrinal resultará imposible salvar la escindible unidad entre existencia, verdad y bien.

    A nadie se le oculta que uno de los más grandes obstáculos para una convivencia en entendimiento es la aceptación de la verdad, del bien y del amor grabado en la dimensión más profunda del ser creado y aquella, la convivencia, sería inviable sin la relación fe/razón. Benedicto XVI ha repetido en Ratisbona que ha sido en la tradición cristiana europea donde el encuentro fe/razón ha sido decisivo para el bien de la Humanidad. El Papa delara, con esta sorprendente afirmación, su concepción de Europa con relación al cristianismo y a su historia. A ello responde su crítica a los programas deshelenizadores que acompañan la historia de la teología europea.

    Que yo sepa nadie se ha interrogado sobre el alcance y consecuencias de las teorías de la deshelenización en la Doctrina social de la Iglesia. Es un nuevo apartado sobre el que merecería la pena reflexionar: sobre el alcance de las proposiciones que miran a la convivencia social y que sobre el cual – encuentro entre pensamiento griego y pensamiento bíblico y la deshelenizaciónel Cardenal J. Ratzinger había reflexionado con los mismos términos en “ Variaciones sobre el tema fe, religión y cultura” en el año 1992.

    Quien quisiera encontrar ampliadas las afirmaciones de Regensburg y la atención que es necesario prestar al pensamiento subyacente en la cultura de nuestros días junto a la influencia que tienen en la organización de la sociedad puede releer con provecho Perspectivas y tareas del catolicismo en la actualidad y de cara el futuro, conferencia pronunciada en Madrid el 25-2-1990, en las que ponía delante de sus oyentes el significado histórico-social de España, de la caída del muro, el papel que había jugado la religión y los retos que se planteaban a los creyentes con miras a la convivencia social en un futuro inmediato.

    Pero Benedicto XVI abre, asimismo, nuevos horizontes a la Doctrina social de la Iglesia al servicio de la nuevas formas sociales de convivencia y unidad al mismo tiempo que mira a la Doctrina social de la Iglesia, así considerada, como factor decisivo para la evangelización y para la superación de las patologías religiosas y la patologías de la razón, ampliando el espacio de la razón yendo más allá del empirismo, tal como se había expresado en el conocido diálogo muniqués entre J. Habermas y J. Ratzinger, al que aludiremos posteriormente.

    No deja de ser significativo, en continuidad con este programa, el Discurso de Benedicto XVI a los participantes en el IV Encuentro Nacional de la Iglesia en Italia, celebrado en Verona el 19-10-2006. Permítanme una palabra al respecto pues, como es sabido, el pensamiento de Benedicto XVI es una composición musical en la que se recurre, a modo de peroratiouna y otra vez al tema fundamental.

    El Logos, el Hijo de Dios hecho carne y resucitado, que transforma al ser humano y a la creación, junto con la Iglesia debe estar en el centro del testimonio eclesial. La Doctrina social de la Iglesia si no mira a la transformación del hombre y de la creación abandonaría lo más propio de su horizonte; si no pone ante los ojos la unidad entre carne y espíritu, entre fe y razón; si destierra el Logos de la razón humana, traiciona su principal cometido.

    Benedicto XVI retoma, en Verona, la realidad cultural que predomina en Occidente y tiene pretensión de erigirse como cultura universal: el iluminismo y el laicismo que aprueba como válido lo que se cimienta en la razón experimental y consagra como valor absoluto la libertad individual. Dios es el gran ausente y el exiliado de la vida pública; Dios es construcción humana y no Creador. Dios, allí donde permanece su nombre, no es ni uno ni único y es reducido a una realidad virtual. Una cultura, por otra parte que despersonaliza al hombre hasta extremos que son auténtico veneno mortífero para la convivencia. Una cultura que queriendo exaltar al hombre ignorando a Dios precipita a aquel en el más profundo de los vacíos robándole incluso las mismas razones para vivir y reduciendo la ética a la dictadura del relativismo y del utilitarismo.

    Esta profunda ruptura que sufre la sociedad sumergida en esta cultura necesita recuperar la esperanza que únicamente la gozosa aceptación de la presencia de Dios puede ser donada, con gozo y esperanza (Gaudium et spes), con la Doctrina social de la Iglesia. Es un tiempo de oportunidad para actuar desde las raíces cristianas, nos decía Benedicto XVI en Verona, sólido fundamento de la Doctrina social de la Iglesia.

    Bien lo había señalado en entonces cardenal J. Ratzinger en la conocida conferencia de Berlín del 28-11-2000 y rehecha en la posterior publicación titulada Senza radici. Sin raíces se queda nuestra sociedad e imposible la convivencia si no se prioriza el legado cristiano de nuestra historia.

    Una de las más sugerentes invitaciones de Benedicto XVI como acción propia de la Doctrina social de la Iglesia es la defensa y revitalización de las raíces cristianas como terreno fecundo y lugar donde nacerá el dinamismo de la aportación eclesial al futuro de nuestra sociedad. Sólo así no se producirá la fractura entre la fe y la vida cotidiana, y únicamente de este modo la realidad creatural puede ser sanada y plenificada por la fe y la gracia.

    Únicamente de esta manera la Doctrina social de la Iglesia favorecerá el reconocimiento de las maravillas de la creación y el agradecimiento de lo que bueno que va apareciendo a lo largo de la historia, sin olvidar las grandezas que conlleva la modernidad, siempre y cuando no se olvide que el encuentro con Jesucristo es la posibilidad más segura para cimentar un encuentro entre los distintos grupos sociales.

    La fecundidad del encuentro con Jesucristo como punto de partida de la Doctrina social de la Iglesia se habrá de manifestar de un modo especial en la relación con la razón técnica. El momento cultural que vivimos espera de la Doctrina social de la Iglesia que muestre la posibilidad del encuentro entre razón subjetiva (yo) y objetiva (la naturaleza) de tal modo que en la organización social a una y otra tenga acceso al Logos Creador.

    Benedicto XVI, —así también lo había enunciado en la homilía en la explanada de Isling, del 12 de septiembre, en Regensburgreclama desde la Doctrina social de la Iglesia la renuncia a la irracionalidad, al azar y a la necesidad para que en la convivencia humana haya espacio para la verdad, la libertad y no el imperio de una razón disminuida y limitada; que haya espacio para el descubrimiento de un Dios Amor que respeta y ama nuestra libertad. Más aún con la doctrina social argumentada a partir de lo que es conforme a la naturaleza de cada ser humano, la Iglesia contribuye a afirmar lo que es justo y pueda ser eficazmente reconocido y después realizado.

    Algunos precedentes de la lección de Regensburg: necesidad de la relación fe/razón para el diálogo de los creyentes con el mundo laico

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    La lección de Regensburg encuentra su más acabado precedente en la conferencia titulada Fe. Verdad y cultura. Reflexiones a propósito de la encíclica Fides et ratio, pronunciada en Madrid en la Facultad de Teología san Dámaso el 16-2-2000.

    Uno de los horizontes que más interesaron al cardenal J. Ratzinger, de modo especial después de la caída del Muro de Berlín, fue el encuentro con el mundo laico o con la razón secular concretado en los diálogos, entre otros con J. Habermas, con Marcelo Pera, con Flores de Archais y con Galli della Logia.

    Los interesados por la Doctrina social de la Iglesia deben tomar buena nota que al mundo laico, al mundo no religioso, para hallar solución a los problemas social-políticos y antropológicos, entre ellos el alentar una convivencia que no destruya toda una herencia más que milenaria, no le importa la versión equívoca de la aportación cristiana a la sociedad sino que escucha a J. Ratzinger por representar del pensamiento fuerte, no débil de la Iglesia y de la teología católica, que había tomado distancias críticas frente a postulados de la Ilustración como muy pocos se habían atrevido a hacerlo en el mismo seno de la teología católica.

    J. Ratzinger había puesto en el centro de la Doctrina social de la Iglesia que viviendo en orillas aisladas – fe/razónno era posible encauzar el río de la convivencia social y que la ruptura del cauce no se podía impedir cuando el mensaje cristiano quedaba empantanado en las ideologías. La reflexión social cristiana llevó a J. Ratzinger a analizar con especial lucidez —aunque en algunos momentos con absoluta incomprensión en amplios círculos del interior de la Iglesia (recuérdese su crítica al nacionalsocialismo, al marxismo, a las tendencias de sesgo liberacionista)- como la ciudad “ secular” ponía en riesgo los fundamentos de la sociedad misma, del estado liberal democrático. A la cultura laica le bastaría el mero consenso. Y junto a los fundamentos de la sociedad se ponía en crisis la fundamentación de los derechos humanos.

    Este es el problema que se hizo objeto del apasionante debate en el dialogo J. Ratzinger-J. Habermas, el 19-1-2004 sobre “ las bases morales prepolíticas del estado liberal”. A mi juicio, en ese atardecer en la Academia Católica de Baviera, en Múnich, se estaba escribiendo un importante capítulo de la Doctrina social de la Iglesia.

    Si entre otras muchas posibles referencias aludimos a este diálogo es para comprender hasta qué punto interesó, para bien de toda la sociedad, exponer abiertamente el mensaje cristiano ante pensadores y el pensamiento de quien, en principio, es adverso al cristianismo. Más aún, ningún representante eclesial es nuestros tiempos ha sido tan escuchado y respetado por significadas figuras del pensamiento laico como el cardenal J. Ratzinger.

    Las sorprendentes afirmaciones del agnóstico J. Habermas como son: que el Estado liberal secularizado se está nutriendo de presupuestos normativos que él mismo no puede garantizar; que se puede dudar con verdad que el estado constitucional democrático pueda cubrir sus normativas con sus recursos y que los fundamentos normativos se puedan buscar y hallar en tradiciones religiosa y en tradiciones éticas autóctonas que no dependen de él.

    Afirmaciones mantenidas por J. Habermas que, por otra parte, a la par que rechaza el positivismo del derecho y la legitimación religiosa y metafísica, reclamaba para la necesaria fundamentación de la convivencia social una “ relación cooperativa” entre fe y saber en la que la tradición y experiencia religiosa fuera el texto que debía ser traducido al lenguaje secular para que este pudiese subsistir.

    Si el diálogo Ratzinger-Habermas es un referente para la Doctrina social de la Iglesia, esta no debe obviar la valoración de lo religioso, cuando es auténtico, por parte de los que no saben qué caminos seguir en la convivencia y organización de la sociedad. No basta el mero reconocimiento jurídico, se impone la apertura a la fe por parte de la razón, disponibilidad para aprender de la ética y religión.

    Con palabras de J. Habermas: “ Los límites entre los argumentos seculares y los argumentos religiosos son límites difusos. Por eso la fijación de esos controvertidos límites debe entenderse como una tarea cooperativa, que exige de cada una de las partes ponerse también cada una en la perspectiva de la otra”.

    El cardenal Ratzinger acepta la propuesta del agnóstico Habermas y enuncia capítulos para ser desarrollados en la actualidad por la Doctrina social de la Iglesia para que la distancia entre los ciudadanos se acorten y la convivencia social viva en la certeza de que está abierta al futuro. La sociedad actual caracterizada por el fenómeno de la globalización ha adquirido un gran poder destructivo. La cuestión para convivir no es solo jurídica sino que se ha convertido en un problema ético, debido en gran parte al ejercicio del poder, afirmación ratzingeriana con la que coincidía Galli della Logia en el debate romano. La interculturalidad más que ofrecer soluciones no deja de poner problemas nuevos, entre otros, la pérdida de la fundamentación ética en el mundo científico. Con otras palabras: la Doctrina social de la Iglesia a la patología de la razón “ científica” debe abrirle el horizonte y las infinitas posibilidades de la ética y de la moral. Cierto que la patología de la religión ha sido y es posible pero nadie negará que hoy es más sutil y extendida la patología de la razón.

    La temática del encuentro-diálogo J. Habermas-J. Ratzinger lo desarrolló posteriormente el cardenal Ratzinger con los profesores P. Flores de Archais y Galli della Logia. Este último apoya la propuesta de Ratzinger, es decir, la necesidad de la Doctrina social de la Iglesia para que la convivencia social sea posible. Galli della Loggia es consciente que la marginación de la Iglesia en la organización de la sociedad y la sistemática desaparición pública de la misma, quizás como nunca en la historia.

    Sin embargo reclama de la Iglesia que, a pesar de quedar aislada y en solitario, criticada y no comprendida, para bien de la sociedad y su futuro, no dimita de su identidad pues es el único interlocutor válido que queda en el reducto de una cultura absolutamente homogeneizada que no tiene fuerzas propias más que para la autocomplacencia y el peligroso uso del poder, sobre todo en el campo de las ciencias de la vida. La Doctrina social de la Iglesia a la luz de lo apenas señalado será la que avise de los peligros que conlleva a la convivencia la expresión del Marqués de Condorcet, entregado a la tradición de Darwin: “ vendrá el momento que el sol iluminará solo hombres libres y que no reconocerán otro patrono si no la propia razón”. J. Ratzinger ante el fantasma del poder absoluto que cifre sus objetivos en el poder hacer, levanta su voz a favor del poder ser. ¿Qué es si no la convivencia social más que el poder ser frente al totalitarismo relativista del poder hacer? Amplio y fecundo ha sido el diálogo entre el Cardenal Ratzinger-Habermas. Pero no ha tenido menos repercusión e importancia el diálogo de J. Ratzinger con el profesor Marcello Pera, otrora presidente del Senado italiano y representante del mundo laico. Uno y otro no temen sacar las consecuencias para la convivencia humana la escisión entre saber cientifico (razón) y saber religioso (la fe) y el establecer los órdenes de verdad: la verdad de la ciencia y la verdad de la fe; respiramos un clima cultural que obliga a pensar que la razón científica debe y puede prescindir de Dios mientras que la moral y la religión necesita de la hipótesis Dios, quedando estas reducidas a postulados de la mera razón práctica.

    J. Ratzinger y Marcello Pera subrayan el alcance que ha tenido y los estigmas que han dejado en la concepción de la sociedad la absolutización de la razón no solo como derivación del sistema kantiano sino por la visión reducccionista, tanto a nivel antropológico como social, por parte de comunes interpretaciones del affaire Galileo Galilei que ha llegado a convertirse, al igual que Darwin, en paradigmas utilizables al arbitrio de la cultura moderna, tanto las revoluciones científicas, tecnológicas, industriales como las políticas.

    No es necesario detenernos en las consecuencias sociales de estos postulados que, sin duda, no solo impiden la convivencia sino que amenazan lo más humano. Pero para superar los peligros que nos amenazan —al lado de los grandes posibilidadesla Doctrina social de la Iglesia no debe perder de su horizonte que la automanipulación del hombre, el terrorismo, los nuevos moralismos escondidos no pocas veces bajo las expresiones justicia, paz y ecologismo que pueden asfixiar la convivencia humana, están exigiendo a gritos el equilibrio entre las posibilidades técnicas y las energías morales.

    Ante esta cultura, que incide directamente en las ciencias sociales, J. Ratzinger vuelve a recordar que la cultura iluminista que deja huérfano a la persona e inerme la creación – preocupación primera del joven profesor J. Ratzingerintenta definir las normas morales esenciales para la convivencia etsi deus non daretur. J. Ratzinger propone con énfasis una necesaria alternativa; es urgente caer en la cuenta que el axioma etsi deus non daretur debe ser cambiado por el velut si deus daretur. Únicamente a la luz de este segundo axioma la Humanidad podrá caminar por los senderos de una convivencia pacífica.

    Conclusión

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    Es sorprendente la profunda continuidad en el pensamiento de Benedicto XVI. Queremos concluir con lo que escribía en 1984 sobre la irrenunciabilidad del cristianismo en el mundo moderno. El intento de la lección de Regensburg es precisamente proponer al hombre de hoy lo que es irrenunciable al ser cristiano. Muy en resumen:

    a) El cristianismo ha dejado lo político – y no ha situado el mesianismo en lo políticoen la esfera de la racionalidad ética. Ha enseñado la aceptación de lo imperfecto. La política y la ética pueden esperar de la teología su fundamento. El valor de la racionalidad, que es el valor de aceptar lo imperfecto, tiene necesidad de la promesa cristiana para poder ejercer su puesto de gobierno.

    b) La fe cristiana despierta la conciencia y fundamenta el ethos. Hemos reducido la dimensión moral al cálculo matemático. El verdadero camino es que aceptemos un mayor dominio de la razón; concebir la razón moral como razón. La razón que se encierra en si misma deja de ser racional.

    c) La gravedad de la reducción de la religión a la esfera de la vida privada es un manifiesto de desprecio a la razón.

    Me he atrevido a traer a la memoria, si bien deshilvanadamente algunas de las ideas más queridas por Benedicto XVI y que pueden, sin duda, enriquecer el legado del pensamiento social de la Iglesia, a sabiendas – como ha escrito O. Gonzálezde que en España estas cuestiones ni se plantean y que aún sigamos erguidos en castillos de suficiencia y distancia es una de las grandes tristezas para quienes viven abiertos al mundo en libertad intelectual y coraje moral.

    Toledo, 2006-11-05.