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Audiencia General
Bienaventuranzas:
Bienaventurados los que lloran
12 de febrero de 2020

Temas: bienaventuranzas y sufrimiento.

Web oficial: http://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2020/documents/papa-francesco_20200212_udienza-generale.html

Publicado: BOA 2020, 69; Ecclesia LXXX/4.022, febrero (2020), 24-25.


  • Notas

    Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

    Hemos emprendido el viaje por las Bienaventuranzas y hoy nos detendremos en la segunda: Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados .

    En la lengua griega en la que está escrito el Evangelio, esta bienaventuranza se expresa también en activo: “se afligen”; lloran, pero por dentro. Es una actitud que se ha convertido en central en la espiritualidad cristiana y que los padres del desierto, los primeros monjes de la historia, llamaron “penthos”, es decir, un dolor interior que abre una relación renovada con el Señor y con el prójimo.

    Este llanto, en la Escritura, puede tener dos aspectos: el primero es por la muerte o el sufrimiento de alguien; el otro son las lágrimas por el pecado, por nuestro pecado, cuando el corazón sangra por el dolor de haber ofendido a Dios y al prójimo.

    En el primer aspecto, se trata de amar al otro de tal manera que podamos unirnos a él o ella hasta compartir su dolor. Hay personas que permanecen distantes, un paso atrás, pero es importante que los demás abran una brecha en nuestros corazones.

    He hablado a menudo del don de las lágrimas, y de lo precioso que es1. ¿Se puede amar de forma fría? ¿Se puede amar por costumbre, por deber? No, ciertamente. Hay algunos afligidos a los que consolar, pero a veces también hay consolados a los que afligir, a los que despertar, que tienen un corazón de piedra y han olvidado qué es llorar. También hay que despertar a la gente que no sabe conmoverse frente al dolor de los demás. El luto, por ejemplo, es un camino amargo, pero puede ser útil para abrir los ojos a la vida y al valor sagrado e insustituible de cada persona, y nos hace darnos cuenta de lo corto que es el tiempo.

    Hay un segundo significado de esta paradójica felicidad: llorar por el pecado.

    Aquí hay que distinguir: hay quien están airado por haberse equivocado, pero eso es orgullo. En cambio, hay quien llora por el mal hecho, por el bien omitido y por la traición a la relación con Dios. Ese es el llanto por no haber amado, que brota porque la vida de los demás importa. Aquí se llora porque no se corresponde al Señor, que nos ama tanto, y nos entristece el pensamiento del bien no hecho; ese es el significado del pecado. Estos dicen: “He herido a la persona que amo”, y les duelen hasta las lágrimas. ¡Bendito sea Dios si vienen esas lágrimas!

    Ese es el tema de los errores propios que hay que afrontar, difícil pero vital. Pensemos en el llanto de san Pedro, que le llevará a un amor nuevo y mucho más verdadero: es un llanto que purifica, que renueva. Pedro miró a Jesús y lloró; su corazón se renovó. A diferencia de Judas, que no aceptó que se había equivocado, y el pobre hombre se suicidó. Entender el pecado es un regalo de Dios, es una obra del Espíritu Santo. Nosotros, solos, no podemos entender el pecado. Es una gracia que tenemos que pedir: Señor, hazme entender el mal que he hecho o que puedo hacer. Es un don muy grande, y después de haberlo entendido, viene el llanto del arrepentimiento.

    Uno de los primeros monjes, Efrén el Sirio, dijo que un rostro lavado con lágrimas es indeciblemente hermoso (cf. Discurso ascético). ¡La belleza del arrepentimiento, la belleza del llanto, la belleza de la contrición! Como siempre, la vida cristiana tiene su mejor expresión en la misericordia. Sabio y bendito es el que acoge el dolor ligado al amor, porque recibirá el consuelo del Espíritu Santo, que es la ternura de Dios que perdona y corrige. Dios perdona siempre, no lo olvidemos. Dios perdona siempre, incluso los pecados más feos, siempre. El problema está en nosotros, que nos cansamos de pedir perdón, nos encerramos en nosotros mismos y no pedimos perdón. Ese es el problema; pero Él está ahí para perdonar.

    Si tenemos siempre presente que Dios «no nos trata según nuestros pecados ni nos paga según nuestras faltas» (Sal 103,10), vivimos en la misericordia y la compasión, y el amor aparece en nosotros. Que el Señor nos conceda amar en abundancia, amar con la sonrisa, con la cercanía, con el servicio y también con el llanto.

    (Saludo a los peregrinos de lengua española venidos de España y de Latinoamérica y llamamiento a la oración por la guerra en Siria y la enfermedad en China).


    Notas:

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    [1]  Cf. Exhortación Apostólica postsinodal Christus vivit, 76 ; Discurso a los jóvenes de la Universidad Santo Tomás, Manila, 18-1-2015 ; Homilía del miércoles de Ceniza, 18-2-2015 .