Arzobispo
Ricardo Blázquez Pérez

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Entrevista

25º Aniversario
de la consagración episcopal
de D. Ricardo Blázquez

16 de septiembre de 2013


Temas: Ricardo Blázquez Pérez (25º Aniversario de la consagración episcopal: ministerio episcopal, Año de la fe 2012-2013, Las Edades del Hombre, Conferencia Episcopal Española y papa Francisco).

Web oficial 1: http://www.agenciasic.com/2014/03/12/mons-ricardo-blazquez-cuando-la-fe-se-plasma-en-manifestaciones-culturales-como-las-edades-del-hombreestas-imagenes-hablan-a-la-dimension-mas-honda-del-ser-humano/
Web oficial 2: http://www.agenciasic.com/2014/03/12/mons-ricardo-blazquez-las-conferencias-episcopales-son-un-acierto-del-concilio-vaticano-ii/

Publicado: BOA 2013, 548.


(Entrevista concedida a María José Atienza para la Agencia SIC)

P. Recientemente ha cumplido sus Bodas de plata episcopales . Si tuviera que hacer memoria conjunta de estos 25 años, ¿cómo resumiría este cuarto de siglo de servicio episcopal?

Fui ordenado obispo el 29-5-1988 en la Catedral de Santiago de Compostela; presidió la celebración Mons. Rouco Varela, arzobispo de Santiago entonces. Allí estuve como obispo auxiliar durante 4 años. Después fui a Palencia para sustituir a Mons. Nicolás Castellanos, y tres años más tarde a Bilbao, donde estuve casi 15 años. Finalmente, hace tres años comencé mi ministerio episcopal en Valladolid , adonde llegué la víspera de la beatificación del padre Bernardo de Hoyos .

De cada una de las diócesis donde he estado tengo recuerdos gratos e importantes; como escribió Romano Guardini, «la gratitud es el perfume de la memoria del corazón». Desde el punto de vista personal, los cambios son siempre una perturbación. Para mí el cambio más grande fue pasar de la condición de presbítero —yo era profesor en la Facultad de Teología de Salamanca— a la de obispo; la ordenación episcopal marcó el comienzo de un nuevo servicio a la Iglesia y a la humanidad.

De los años en Santiago, los recuerdos más vivos están ligados, sin duda, a la preparación y celebración de la IV Jornada Mundial de la Juventud, en el monte del Gozo . Recuerdo que la noche que pasaron los jóvenes en el monte, entre la Vigilia y la celebración del domingo, no fue grata para ellos: frío, relente, incomodidades… Cuando llegó Juan Pablo II por la mañana, estaba levantándose el sol. El Papa, en su castellano, comenzó a decir: “el Sol, Cristo el sol… la luz… el gozo, el monte del Gozo… los jóvenes…”, y se fueron levantando todos como un resorte. Fue emocionante.

De los años en Palencia guardo muchos recuerdos. Uno de ellos fue la Beatificación de Rafael Arnáiz, el monje de la Trapa; yo llegué en julio y la Beatificación se celebró a finales de septiembre... fue llegar y “besar el santo”. De Palencia recuerdo especialmente las visitas pastorales, y cómo, al dialogar con las personas mayores, se transparentaban una grandeza de alma y una religiosidad que me recordaban las palabras de santa Teresa de Jesús cuando describía la Fundación de Palencia, calificando a los palentinos como la gente de “mejor masa y nobleza que ella había conocido” y alegrándose mucho de haber fundado allí; pues bien, “el que tuvo, retuvo”. Encontré a muchas personas que rezumaban esa bonhomía interior, esa honradez, y una profunda religiosidad, con consecuencias en su vida personal y social; era admirable.

Recuerdo también la celebración de la acción de gracias por la Beatificación del Padre Polanco, quien era obispo de Teruel y al que muchos aconsejaban no volver allí por la inestabilidad y las persecuciones de los años 1930. Su madre dijo: “Donde está el rebaño tiene que estar el pastor; si lo pasa mal, peor lo pasó Nuestro Señor. Debe volver a Teruel, que es donde el Señor le llama”. Murió mártir poco después.

De Bilbao, recuerdo tantas cosas… fueron tiempos difíciles. Recuerdo las complejas horas que mediaron entre la amenaza de muerte a Miguel Ángel Blanco y la celebración de su funeral; aquello fue una exposición cruel de una persona. Fueron días muy complicados, especialmente la mañana del funeral. En este punto, me gustaría recordar un episodio que no se conoce mucho y que agradecí: la visita que me hizo Mons. Setién para ver cómo estaba.

P. El Año de la fe ha coincidido con este 25º Aniversario, y usted ejerce su ministerio episcopal en Valladolid. ¿Cómo están viviendo este Año a nivel diocesano?

Con motivo del Año de la fe, el 8-9-2012 publiqué... no sé si podría denominarlo una Carta Pastoral ; más bien, un conjunto de reflexiones sobre la fe, la transmisión del Evangelio, la vida de la Iglesia… también descendiendo a la situación de las crisis, personales y sociales.

Además, durante este año, he publicado en la revista diocesana una serie de comentarios en torno al Símbolo de los Apóstoles. Son, más o menos, unas veinte intervenciones que, apoyadas en el Catecismo de la Iglesia Católica , presentan diversos aspectos espirituales, pastorales y de fe. Aún quedan algunos por publicar, y pronto aparecerán en la BAC .

En la Diócesis, recuerdo con especial gratitud la Semana de la fe que hemos celebrado, que incluía celebraciones y encuentros de diversa índole: con jóvenes, con matrimonios, con personas de vida consagrada… De estos encuentros, me sorprendió y emocionó especialmente la gratitud de las personas de vida consagrada; fue un encuentro muy bueno, en el que nos hablamos “de corazón a corazón” los miembros de las comunidades religiosas y el Obispo diocesano.

Pienso que ha sido un acierto que los cincuenta años desde el comienzo del Concilio Vaticano II se hayan celebrado en clave de renovación de la fe. Necesitamos recuperar la alegría de la fe y el entusiasmo por transmitirla; creo que ahí está una de nuestras enfermedades especiales de hoy: la falta de vitalidad de la fe y de la alegría por transmitir la fe. Por eso, el Año de la fe acude a curar una enfermedad de fondo.

P. Valladolid es una de las diócesis que participan en una de las muestras más importantes de la cultura española: Las Edades del Hombre . Una exposición que, año tras año, muestra grandes piezas de arte sacro. ¿Cómo ayudan estas exposiciones a esa transmisión y salvaguarda de la fe?

Estoy convencido de que Las Edades del Hombre son un acontecimiento religioso cultural de primera magnitud. Son cerca de siete millones de personas las que han visto estas exposiciones en sus diferentes ediciones, y a todas les han producido la misma sensación: los críticos las han valorado positivamente, los escolares las han visto con gusto, y la gente sencilla ha ido a verlas y se ha sentido implicada y comprendida.

Las Edades del Hombre reflejan un testimonio de la fe que se ha conservado y de la relación de la Iglesia con las manifestaciones artísticas de carácter religioso, que es la historia de una buena amistad, no la historia de un desamor. Una buena amistad que viene de muy lejos; la conservación del patrimonio, dentro de la precariedad de medios, se ha hecho con dignidad. Desde el principio se procuró que Las Edades del Hombre tuvieran ese sentido evangelizador. La evangelización se hace mediante la predicación, la catequesis, el dialogo personal, los sacramentos, los servicios caritativos, y también mediante el arte, la actualización del patrimonio cultural religioso recibido.

En la Exposición que actualmente se puede contemplar en Arévalo , el Cristo yacente de Gregorio Fernández es una catequesis. Él pudo hacer aquella obra porque era creyente. Cuando el autor no está inspirado religiosamente, sus obras no inspiran, pero cuando se plasman la fe, la piedad... se recibe de ellas más que un impacto de belleza; se recibe otra cosa que habla a la dimensión más honda del hombre, nos habla el lenguaje de la fe. En este sentido, los guiones realizados para las exposiciones trenzan perfectamente las obras con su contexto artístico y religioso, con los pasajes evangélicos a los que se refieren… Las Edades del Hombre son una buena aportación de las diócesis de Castilla y León a la fe y al Evangelio, y un regalo para creyentes y no creyentes… para todos.

En esta línea, en Valladolid celebramos los 25 años de esta exposición con una serie de iniciativas: un Concierto extraordinario con una cantata compuesta por el entonces Maestro de capilla de Valladolid; a finales de octubre, una pequeña Exposición en la Catedral con piezas de cada uno de los lugares; próximamente saldrá a la luz un libro conmemorativo.... Queremos recordar algo que es memorable, que merece ser recordado, como es la aportación de la historia de estas diócesis a la cultura universal.

P. Usted ha desempeñado diversas labores en la Conferencia Episcopal Española desde hace muchos años: en la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe, en la Comisión de Liturgia y Ecumenismo, luego como presidente de la Conferencia y actualmente como vicepresidente de ella. ¿Cómo definiría el trabajo de las conferencias episcopales? ¿Qué suponen en el contexto actual de la Iglesia?

La creación de las conferencias episcopales fue, sin duda, un acierto importante del Concilio Vaticano II. Creo que es muy importante y revelador que el Concilio, en el decreto Christus Dominus sobre el ministerio de los obispos, mandara que se erigieran las conferencias episcopales. Pensemos en cómo sería nuestra labor actual, con la complejidad de los problemas a los que nos enfrentamos, sin el refuerzo enorme de la Conferencia Episcopal.

Todos recibimos de ella una gran ayuda, y, en este punto, teniendo en cuenta los decenios que ya nos separan del nacimiento de la Conferencia Episcopal Española, eso es un motivo de agradecimiento para los obispos españoles.

P. ¿Qué recuerda de sus años como miembro y presidente de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe?

Fui miembro de la comisión desde 1988, y en 1993 sucedí a Mons. Antonio Palenzuela Velázquez como presidente, un cargo en el que estuve tres trienios. Durante este tiempo, el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe era el cardenal Ratzinger.

De estos años puedo decir que quedé muy contento con el trabajo realizado. De manera constante, leal y también dialogante, se prepararon documentos importantes para la vida de la Iglesia en España. Especialmente notables fueron un documento sobre Dios que fue votado por unanimidad, otro sobre la esperanza en la vida eterna, otro sobre la memoria creyente del siglo XX…

La relación con la Congregación para la Doctrina de la Fe era muy buena. Tengo muchos motivos de gratitud hacia la relación con el entonces cardenal Ratzinger. Quería que las tareas se tomaran en serio y lo transmitía a sus colaboradores, y antes de decidir siempre preguntaba: “¿Pueden ustedes hacer esto? ¿Desean mejor que lo estudiemos en Roma…?”. Es una persona con una sencillez admirable en su trato personal, y al mismo tiempo con una gran capacidad para ver la profundidad de los temas y de las situaciones actuales.

P. Usted conoció también, durante estos decenios, al entonces cardenal Bergoglio. ¿Cómo describiría al nuevo papa?

Tuve la ocasión de estar prolongadamente con el entonces cardenal Bergoglio en dos momentos.

La primera ocasión fue en enero de 2006, con motivo de los ejercicios espirituales para los obispos de la Conferencia Episcopal Española, que predicó el entonces arzobispo de Buenos Aires.

Mi impresión, que luego muchos de los presentes pudimos comentar, es que fueron unos ejercicios fundados profundamente en san Ignacio de Loyola, e impartidos por un jesuita con gran experiencia, y con gran experiencia también en la pastoral episcopal. Durante aquellas jornadas nos ayudó mucho a rezar, a revisar nuestra vida pastoral, y a hacer un alto en el camino para comenzar con brío la nueva etapa. Mons. Bergoglio nos distribuyó además los folios, más de setenta, con los temas que había ido desarrollando, por lo que, cuando fue elegido papa, acudí de nuevo a esas notas, que han sido publicadas ahora en forma de libro, con su permiso.

Otra ocasión en la que pude conocer al cardenal Bergoglio fue con motivo de la Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe que tuvo lugar en Aparecida en mayo de 2007 . En esa fecha yo era presidente de la Conferencia Episcopal Española, y, por derecho, participan los presidentes de las Conferencias Episcopales de Portugal y de España (hace unos años también se unieron los de Estados Unidos y Canadá).

Pronto, Jorge Bergoglio fue elegido presidente de la comisión para la redacción de los documentos de la Conferencia. Percibí que había sido elegido por el reconocimiento de su autoridad moral, ya que era una encomienda delicada. A lo largo de las diferentes sesiones de trabajo, me llamó asimismo la atención cómo las sugerencias de mejora de los “modos” que los participantes iban presentando eran estudiadas atentamente por la comisión que él presidía; los estudiaban y daban cuenta de cómo se habían desarrollado esos modos y de su pertinencia o no.

Esta seriedad ante las aportaciones y la firme y clara dirección de la comisión dieron lugar a que, al terminar los trabajos de la Conferencia, los documentos estuviesen prácticamente listos para ser aprobados. Fue una experiencia interesante.

Una vez elegido papa, lo que está haciendo me confirma esas impresiones que ya tenía previamente de él: su libertad de espíritu, su amor a la verdad cristiana, y el acento que pone en la transmisión del Evangelio a través del amor a los débiles.

También es importante destacar la valentía con la que está afrontando retos que la Iglesia ya había manifestado antes del cónclave. Es expeditivo: afronta los problemas con una enorme decisión, y una vez que en la oración y con el asesoramiento de muchas personas ve qué es necesario realizar, lo ejecuta.

El papa es un don para la Iglesia y para la humanidad, también los no creyentes. Nosotros hemos de ayudarle y pedir en nuestra oración por él; necesitamos su ministerio y su trabajo.