Departamento de Estadística  -  Mensaje
Jornada de la Infancia Misionera 2004
Tú también eres misionero
25 de enero de 2004


El día 25 de enero celebramos la Jornada de la Infancia Misionera, una de las Obras Misionales Pontificias, creada hace ya 161 años. Cuando nació la Infancia Misionera, en el siglo XIX — siglo de gran esplendor misionero en el que la Iglesia entera se volcó con gran generosidad y entusiasmo con las florecientes misiones en Asia, África y América—, los misioneros sabían cuándo se iban a la misión, pero no cuándo volvían. Al irse se despedían de sus padres, hermanos y amigos. Dejaban en sus

pueblos todo lo que tenían y, ligeros de equipaje, pertrechados con la Palabra de Dios, iniciaban la más hermosa aventura que ha conocido la humanidad en todos sus tiempos, la de responder al pie de la letra el mandato del Señor: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio» (Mc 16,15).

En lo esencial, no ha cambiado nada, porque el mandato del Señor sigue siendo el mismo desde hace más de 2.000 años, porque las exigencias del Evangelio siguen siendo las mismas de siempre y porque los misioneros siguen siendo igual de generosos que entonces. Pero, externamente, han cambiado muchas cosas, porque las comunicaciones modernas han hecho del mundo, como ahora se dice, una “ aldea global”. Todo está mucho más cerca de lo que estaba entonces.

Por esta razón, ahora, a diferencia de entonces, los misioneros pueden ir a las misiones y volver a sus países de origen con cierta frecuencia. Asimismo, pueden, a lo largo de su vida, ir a más de un único lugar de misión. Además, a través de sus cartas — que antes nos llegaban tarde y muchas se perdían en el camino—, ahora pueden contarnos con mayor facilidad su experiencia misionera: Los misioneros tienen que estar dispuestos a todo.

La aventura no se mide ni en horas ni en kilómetros, sino en lo inesperado y en lo sorpresivo de una andanza con escasos controles y rutinas. Porque es la aventura de Dios, la divina aventura de ponerse en sus manos sin esperar nada a cambio y dejando que Él te lleve a donde quiera y como quiera. Sólo hay una cosa cierta en la aventura misionera, en la de entonces y en la de ahora, en la de siempre y para siempre, si esta es verdadera y auténtica: que la vida se entrega totalmente, se da, se regala, se gasta y se desgasta, por Cristo y por los hombres, y, especialmente, por aquellos que más lo representan: los hambrientos, los sedientos, los forasteros, los desnudos, los enfermos y los encarcelados (cf. Mt 25,40).

También hay otra cosa que no ha cambiado nunca: entregar así la vida supone estar dispuesto a perderla en cualquier momento. Anunciar el amor gratuito y misericordioso de Dios a todos los hombres, sin distinción, sigue siendo hoy tan escandaloso como siempre, y la condena de Jesús se hace extensible a la condena a sus misioneros que, como Él, pueden ser llevados ante tribunales, gobernadores y reyes, por ser sus testigos (cf. Mt 10,17-18). Pero ellos, dispuestos como los Apóstoles a beber el mismo cáliz de Jesús (cf. Mc 10,38), bien saben que el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que la pierda por él, la ganará (cf. Mt 10,39). Y la vida del misionero, larga o corta, es la vida más plena, más intensa, más valiosa, más grande y más feliz que jamás podréis soñar.

Mañana podrías ser misionero. Me dirijo personalmente a cada uno de vosotros, niños y jóvenes: Si eres valiente, mucho más valiente que esos héroes de cartón-piedra de la televisión y del cine; si quieres ser verdaderamente feliz y no tener una vida sin aliciente y sin sentido, como la de tantos que, cuando les preguntas qué tal están, te dicen que «van tirando» y que parece que se abrazan a las cosas tan pronto como se cansan de ellas y las tiran; y, sobre todo, si quieres seguir de verdad a Jesús y estás dispuesto a no fallarle jamás, pregúntale qué quiere de ti. No te extrañe que Él te llame para que seas uno de sus predilectos, de sus amigos más íntimos, de sus enviados más fieles, de sus mejores misioneros.

Mañana podrías ser misionero e ir al mundo entero a proclamar el Evangelio. Podrías ser libre, como son libres los lirios del campo y las aves del cielo, que no andan preocupados con qué van a comer o con qué se van a vestir, sino que, si Dios se ocupa de ellos (cf. Mt 6,25-34), mucho más se ocupará de quienes son mensajeros de su Reino.

Podrías ser libre para ir donde la Iglesia de Cristo te envíe, para anunciar a todos que Dios los ama infinitamente, con esa mirada en los ojos que solo tienen aquellos que han experimentado en su vida que Dios los ama con todo su ser, con el testimonio de tus pies y de tus manos cansados y desgastados de ayudar al que te necesita, de consolar al que sufre, de acompañar al que busca, de confortar al débil, de poner sobre tus hombros la pesada carga de la vida de tantos hombres, mujeres, jóvenes y niños de este mundo y, estando con ellos y entre ellos, con la Palabra de Dios siempre en tus labios, anunciarles gratuitamente lo que tú gratuitamente has recibido: la buena nueva del Evangelio de Cristo.

Mañana podrías ser misionero de mil formas distintas, porque rica y variada es la vida de la Iglesia y de su misión universal. Podrías ser misionero siendo sacerdote de Jesucristo y, así, junto con esa misma mirada, testimonio, entrega y anuncio de todo misionero, podrías ser enviado por tu obispo a llevar a los hombres, mujeres, jóvenes y niños de hoy los sacramentos del amor de Dios.

También podrás ser religioso o religiosa misioneros, según la riquísima variedad de carismas de vida consagrada. Y con el signo de entrega no de ti solo, sino de la comunidad de vida y de amor a la que pertenecieses, ser como la semilla que, plantada en cualquier lugar de este mundo, dará fruto de evangelización si el testimonio comunitario es fiel al «id de dos en dos» para llevar la paz de Dios a todos los hogares de esta tierra (cf. Lc 10,1.5).

E incluso también podrás ser un magnífico misionero seglar si, como tantos jóvenes y familias misioneras, sales de tu entorno geográfico o cultural para ser enviado allí donde la misión de la Iglesia necesita hombres y mujeres nuevos, fieles cristianos, que con el testimonio de su vida hacen «nuevas todas las cosas» (Ap 21,5).

Hoy ya puedes ser misionero. Pero no hace falta que esperes a que llegue ese futuro. Hoy ya puedes ser misionero. Hoy puedes ser misionero con tu oración; hoy puedes ser misionero con tu participación en la Eucaristía, que te une misteriosamente a Cristo; hoy puedes ser misionero con tu interés y comunión con la vida entera de la Iglesia y, sobre todo, con la vida de su misión y de sus misioneros; hoy puedes ser misionero con tu austeridad, con tu generosidad y con tu entrega, ofreciendo todo lo que te pasa, lo bueno y lo malo, por la misión, dejando que el Espíritu Santo vaya moldeando tu corazón para que sea un corazón para los demás, un corazón universal y, por tanto, un corazón misionero enamorado de Jesucristo.

Hoy ya puedes ser misionero si no dejas que pase ninguna oportunidad ni ningún instante para vivir el mandamiento nuevo del amor. Y tus padres y tus hermanos, y tus profesores y compañeros, y tus amigos y aquellos a quienes te cuesta más llamarles amigos, si todos los que pasan a tu lado, pequeños y mayores, pasan a ser ya tu misión, tu primera misión, la misión con la que Jesús te pone a prueba para que ya, desde ahora, estés dispuesto a ponerte al servicio por ellos.

Y, si estás dispuesto a romper con tu egoísmo, ¿qué puede frenarte para amarles concretamente con pequeños y con grandes gestos de entrega hacia ellos, sin guardarte nada para ti? Hoy se nos pide a todos «ser misioneros»; intentémoslo un año más para que, al final, lo logremos. No podemos olvidar que la Jornada de la Infancia Misionera anuncia que «tú también eres misionero».

† Mons. Francisco Pérez, Obispo de Osma-Soria y
Director nacional de las Obras Misionales Pontificias