Conferencia Episcopal Española
Asamblea Plenaria
  -  Homilía
Enlace Matrimonial de Su Alteza Real El Príncipe de Asturias, D. Felipe de Borbón y Grecia, con D.ª Letizia Ortiz Rocasolano
22 de mayo de 2004

Publicado: BOA 2004, 0.


Majestades, Altezas, Emmos. sres. cardenales, Excmos. sres. arzobispos y obispos, Excelentísimos señores y señoras. Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor. Queridos D. Felipe y D.ª Leticia.

Venís ante el Altar del Señor a contraer santo matrimonio. Así ha llamado la Iglesia desde el principio a aquella «íntima comunidad de vida y amor conyugal», basada sobre la alianza del varón y de la mujer que dejan a su padre y a su madre, a sus familiares, amigos, en una palabra, a su marco anterior de vida y relación habitual para «formar una sola carne» (cf. Gaudium et spes, 48; Mt 19,5). En el fondo de vuestra decisión libre y personalmente adoptada está y late un compromiso, un compromiso de amor: os amáis y os queréis amar para siempre y por ello deseáis entregaros el uno al otro plena e incondicionalmente hasta que la muerte os separe. Donación es la palabra y experiencia clave para comprender el misterio del amor que actúa de forma propia y única en el matrimonio: también en el vuestro, queridos novios, D. Felipe de Borbón y D.ª Letizia. Queréis haceros donación de todo lo que sois y tenéis el uno al otro: de vuestras personas, de vuestro cuerpo y de vuestra alma, de vuestro corazón, con una gratuidad y generosidad tales que de vuestra mutua donación surja el don de nuevas vidas, el don de los hijos.

Así es el amor conyugal auténtico cuando se le deja desplegarse y manifestarse en sus más ricas posibilidades y tendencias propias: un amor dispuesto a darse hasta la expropiación, a favor del hijo, de los hijos, fruto de sus entrañas. Por este amor gratuito y fecundo os habéis decidido o, por usar una forma de hablar juvenil, habéis apostado definitivamente hoy en el día solemne y gozoso de vuestra Boda. En vuestro interior os habéis sentido fascinados y atraídos, sin duda, por el secreto de ese Amor que san Pablo describirá con una tersura más que humana, ¡divina!: «el amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia; el amor no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca».

¿Será este un ideal imposible para el hombre? ¿Y más imposible todavía en la realización diaria de la vida matrimonial y familiar? No para Dios, ni para los que se acogen a Él, como lo hacéis vosotros en esta mañana tan gozosa de vuestros esponsales: gozosa para vosotros mismos, la Real Familia, vuestros familiares y amigos y para España entera. ¡Dios es amor! ¡Dios es «el amor»: amor creador y redentor! (cf. 1Jn 4,8). Él ha creado al hombre varón y mujer para hacerlos partícipes de su designio de amor y de vida, de gloria y felicidad eternas. «La Gloria de Dios es que el hombre viva, y la vida del hombre es la visión de Dios» (Ad. Haer. IV, 20, 7), decía bella e inimitablemente san Ireneo.

Los intentos de frustrar la creación que el hombre protagonizó desde el principio y protagoniza constantemente por el pecado, que tan negativamente afectaron al matrimonio y a la familia, fueron superados por el Amor más grande de Dios: el del Padre que envía al Hijo para que tome carne en el seno de la Virgen María, se haga uno de nosotros menos en el pecado, asuma nuestro destino hasta la muerte y una muerte de Cruz, como una oblación de amor misericordioso que triunfará en la Resurrección y se derramará por el envío del Espíritu Santo? “ La Persona-Amor” en el Misterio de la Santísima Trinidad? (cf. Juan Pablo II DV, 10) a través de la Iglesia al mundo.

El amor de Cristo Crucificado y Resucitado, desde el momento de su Pascua, sostiene, reconforta, anima y eleva el amor matrimonial de los esposos cristianos, es más, lo convierte en “ sacramento”, es decir, en signo eficaz de su amor esponsal a la Iglesia, para que pueda crecer y madurar con hondura creciente; o, lo que es lo mismo, para que pueda triunfar sobre cualquier tentación de desmayo o de cansancio, de debilidad o desilusión que tantas veces nos acecha al emprender los grandes, valiosos y decisivos proyectos de nuestras vidas cuando sintonizan recta y fielmente con el amor de Dios, como es el caso de vuestro matrimonio.

¡No tengáis miedo! ¡Abríos al amor de Dios Padre y dejaos guiar por su mano providente, por su Angel, como lo hicieron Tobías y Sara! Confiaron en Rafael, el compañero del camino, fiel y desinteresado como nadie, misterioso y luminoso a la vez. Sus consejos y orientaciones conectaban con las aspiraciones más nobles y más generosas de los jóvenes esposos y de sus familias al contraer matrimonio. El plan de Dios sobre sus vidas se revelaba como un don inefable que les permitía llenarlas de un sentido definitivo, el de la fecundidad y de la felicidad, a través de su matrimonio, inspirado en la ley del Señor y en su Alianza con el pueblo elegido.

¡Abriros y confiaros, sobre todo, al amor de Jesucristo, Nuestro Señor y Salvador! Es el invitado invisible, pero el más grande e insustituible en la celebración de todo matrimonio cristiano, como es el vuestro. Viene y actúa como en la Boda de Caná de Galilea que nos narra san Juan en su Evangelio. Acompañado de sus discípulos, pero, sobre todo, de su Madre, se hace presente como un amigo excepcional —¡el amigo por excelencia!, el que saca del apuro a los novios — ¡de verdad!—, convirtiendo el agua de las seis enormes tinajas, preparadas por los sirvientes, gracias a la indicación finamente maternal de María, en vino generoso y bueno con el que se garantiza y enriquece la alegría y la fiesta del banquete nupcial. ¡Todo un gesto de exquisita benevolencia, divino y humano a la vez, que adelanta simbólicamente lo que significa y opera la presencia de Cristo en el acontecimiento de todo matrimonio cristiano, en el vuestro también, queridos D. Felipe y D.ª Letizia! Él os llenará el corazón de la certeza interior de que la gracia y el amor suyo y la cercanía de su Madre santísima y tiernísima os harán comprender y vivir la grandeza y la belleza insuperable del amor esponsal, vivido a la luz y con la fuerza del Evangelio: como el amor que os une para siempre, indisoluble y fecundo, rico en frutos de nuevas y maravillosas vidas, las de vuestros hijos. ¡Mantened la amistad con Él a lo largo de toda vuestra vida matrimonial y familiar! ¡Cuidad la oración personal! ¡Participad en la oración de la Iglesia, especialmente en la Eucaristía dominical donde Cristo transforme en vino nuevo el agua de vuestra existencia! Os servirá de una gran ayuda en los momentos más difíciles y en las horas más felices con los que se irá enhebrando la trayectoria cotidiana de vuestra vida de esposos y de padres de vuestros hijos. Y abrid los afanes compartidos de vuestro matrimonio y las puertas de vuestro futuro hogar al dolor y a las necesidades de los más indigentes y débiles de nuestra sociedad.

Contraéis matrimonio, queridos D. Felipe y D.ª Letizia, delante de Dios y de los hombres. El matrimonio y la familia aportan siempre un inestimable e imprescindible servicio para el bien de la sociedad y del hombre en general. Constituyen la célula primaria de la que se entreteje y de la que se nutre toda sociedad sana, justa y solidaria. Vuestro matrimonio, inserto en la línea dinástica y en la historia milenaria de la Monarquía Española, íntimamente vinculada al mejor y más glorioso pasado de los pueblos de España, os exige “ un plus” de disponibilidad al servicio a España, absolutamente único y singular. Comporta, por su propia naturaleza histórica y jurídica, gravosos sacrificios y una entrega incesante al bien común de la sociedad española y de todos los españoles. ¡No tengáis miedo tampoco ante estas exigencias extraordinarias que os advienen a vuestra vocación de esposos y familia cristiana por la responsabilidad histórica que os toca asumir como matrimonio y familia del Heredero de la Corona Española!

También en esta difícil y costosa tarea experimentaréis la victoria del amor de Cristo y de su Iglesia. No estáis solos en vuestro camino. Sus Majestades, los Reyes de España, la Real Familia, vuestros familiares y seres más queridos, el buen pueblo de España ¡están a vuestro lado! Os acompañan la oración y las plegarias de un sinnúmero de españoles, hijos de la Iglesia, y de otros muchos de buena voluntad. La presencia de tantas y tan ilustres personalidades en esta ceremonia, venidas de países y pueblos hermanos y amigos de todo el mundo, y que tanto agradecemos, lo corrobora con creces. No os faltarán, lo sabéis bien, la oración de aquellas almas que constituyen el tesoro más valioso de la Iglesia de Cristo: la de las comunidades de vida contemplativa, especialmente las femeninas. Os rodea y arropa la simpatía general de los españoles. Los madrileños festejan y celebran vuestra boda, viva aún la gratitud por el recuerdo entrañable de vuestra solicitud por las víctimas del vil atentado terrorista del pasado 11 de marzo.

«Amor saca Amor», decía santa Teresa de Jesús, refiriéndose a las muestras de amor de Jesucristo dadas a los hombres y a la respuesta que suscita en los buenos corazones. Es regla de oro que ha de seguirse si se quiere que prospere y dé fruto abundante de bien, de felicidad y de paz cualquier proyecto de vida matrimonial y familiar cristiano. Vuestro amor matrimonial, sellado hoy ante Dios y ante los hombres, como un Sacramento, inserto en el marco litúrgico del Santísimo Sacramento de la Eucaristía, origen y culmen de toda la vida cristiana, está llamado y destinado a “ sacar amor” en vuestra familia y en España, a ser instrumento de «la civilización del amor» como nos pedía el Papa en su última e inolvidable visita a España.

¡Que Santa María de La Almudena, invocada con tantas gloriosas y queridas advocaciones en todas las comunidades de España — Virgen de Atocha, del Pilar, de Covadonga, de Guadalupe, de Montserrat, de Aránzazu, de los Desamparados, del Rocío, de la Candelaria, de los Ojos Grandes y tantas otras— os guarde en el amor salvador de su Hijo! ¡Que os protejan el amparo y la intercesión de los innumerables Mártires y Santos de España, desde Santiago Apóstol, su Patrono y Protector insigne, hasta los más recientes, los cinco canonizados en la Plaza de Colón el 4 de mayo del pasado año por Juan Pablo II: san Pedro Poveda, san José María Rubio, santa Genoveva Torres, santa Ángela de la Cruz, santa Maravillas de Jesús! ¡Santos de nuestro tiempo! ¿Y cómo no invocar al santo y humilde matrimonio de san Isidro Labrador y santa María de la Cabeza, Patronos de Madrid, y a san Fernando III el Santo, y a santa Teresa de Jesús que coronan la fachada de nuestra Catedral? Representan lo más valioso de nuestra historia común. Su compañía invisible y amorosa no os faltará nunca en el itinerario de vida y amor que hoy emprendéis con la gracia de Dios para la felicidad vuestra y de vuestros hijos y para el bien y la paz de España. Amén.