Arzobispo  -  Carta pastoral
¡Entremos en Cuaresma!
1 de marzo de 2020

Temas: Penitencia (sacramento). Anuncio del Evangelio. Conversión.

Publicado: BOA 2020, 0.


Cuaresma no es solo una duración de cuarenta días en el calendario sino sobre todo es un tiempo de gracia que Dios nos otorga para la conversión personal y comunitaria retornando a Dios; para la purificación del corazón que fácilmente se contamina con el orgullo y el resentimiento; para la renovación de la vida que envejece y no solo con los años; para la iluminación caminando con Jesús luz del mundo; para unirnos más íntimamente a Él que fue penitente en el desierto; para la oración que procede de la fe y anima la fe. ¡No dejemos pasar este tiempo oportuno!

La Constitución sobre la Liturgia del Concilio Vaticano II describe de la siguiente forma la Cuaresma. “El tiempo cuaresmal prepara a los fieles entregados más intensamente a oír la Palabra de Dios y a la oración, para celebrar el misterio pascual sobre todo mediante el recuerdo o la preparación del bautismo y mediante la penitencia” (Sacrosanctum Concilium 109). La cuaresma precede a la celebración de la pasión, muerte y resurrección del Señor; tengamos presente que lo que no se prepara bien deja poca huella en las personas. Necesitamos desperezarnos todos para vivir intensamente. Comencemos este tiempo cuaresmal con decisión y sin demora tanto cada uno de nosotros como las comunidades cristianas.

Os ofrezco una antología de textos bíblicos, que la Iglesia pone en estrecha relación con la Cuaresma, que comienza el miércoles de Ceniza y termina en el Triduo Pascual. “Si escucháis hoy mi voz, no endurezcáis vuestros corazones” (Hb 3,7-8). Poniéndonos a la escucha de la Palabra de Dios, reconoceremos sus caminos y entraremos en su descanso, que ya no es la posesión de la tierra prometida, sino el encuentro con Él. “Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará de todas vuestras inmundicias e idolatrías; os daré un corazón nuevo e infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra. Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos” (cf. Ez 36,25-27). Dios con su Espíritu puede hacer en nosotros una operación singular de “trasplante de corazón”. Con el salmo 50, llamado tradicionalmente el “miserere” por la primera palabra en latín, rezamos muchas veces en Cuaresma: “Misericordia, Dios mío por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa. Crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme, hazme oír el gozo y la alegría. Devuélveme la alegría de tu salvación. Mi sacrificio es un corazón quebrantado; tú no lo desprecias” Es el salmo penitencial por excelencia.

Después de escuchar a Pedro, que había hablado valientemente con la fuerza del espíritu santo, recibido en Pentecostés, respondió a los impactados por sus palabras: “Convertíos y que sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesús, el Mesías, para el perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu santo” (Hch 2,18). El anuncio proclamado por Pedro junto con los demás Apóstoles, el “kerigma” apostólico, interpela a los oyentes para que se conviertan y reciban el perdón de los pecados. Muchas veces necesitamos escuchar el Evangelio para ser interpelados interiormente y para disponernos a recibir el perdón de los pecados. Esta oferta de perdón se nos hace particularmente en el tiempo favorable que es Cuaresma. “En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Como cooperadores suyos, os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios. Pues dice: En el tiempo favorable te escuché, en el día de la salvación te ayudé. Pues mirad: ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación” (cf. 2Co 5,20-6,2). Recibamos, queridos hermanos, el sacramento de la reconciliación, de la penitencia y del perdón.

Con énfasis nos recuerda san Pablo lo que a veces pasa a la periferia de nuestra atención: “Es palabra digna de crédito y merecedora de total aceptación que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero” (1Tm 1,15. Cf. Ef 1,7; Col 1,13-14). La salvación de Jesucristo llega hasta lo más profundo del corazón, hasta la relación con Dios, a quien postergamos, olvidamos y ofendemos con nuestros pecados. De un corazón renovado por el perdón brota la relación fraternal con los demás hombres. “El primer mandamiento es: Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mc 12,29-31; Deut. 6, 4-5). La respuesta auténtica al Evangelio vincula el amor a Dios al amor al prójimo. ¡No separemos lo que Dios ha unido!

Jesús empezó su actividad pública, después de ser bautizado en el Jordán y de su estancia en el desierto durante cuarenta días inaugurando la Cuaresma, con esta proclamación: “Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15). Conducido por el Espíritu, proclamaba Jesús la Buena Noticia de la cercanía de Dios, que aparecía ante los hombres como luz en las tinieblas y aurora de salvación (cf. Mt 4,15-17; Lc 4,14-15). El Evangelio anunciado por Jesús concierne a todos, en cualquier situación, lugar y tiempo en el que nos encontremos; también aquí y ahora, somos interpelados, y especialmente en el tiempo de Cuaresma. Tengamos siempre presente la relación entre misericordia de Dios, anuncio del Evangelio, llamada a la conversión, perdón de los pecados, reconciliación con Dios, vida nueva por el retorno a la casa del Padre (cf. Lc 15,11-31) y cumplimiento de los mandamientos por el amor (cf. Rm 13,8-10). No debemos suprimir ninguna realidad de este recorrido salvífico.

Juan el Precursor, quizá porque no encajaba su idea de Mesías con el comportamiento de Jesús, envió desde la cárcel a unos discípulos a preguntarle: “¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro? Jesús respondió: Id y anunciad a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oye, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados y bienaventurado el que no se escandalice de mí” (Cf. Lc 7,20-22). ¿Quiénes son los destinatarios primeros de Jesús? ¿Quiénes le escuchan y se fían de Él? Podemos enumerar los siguientes: Los pobres, los enfermos, los débiles, los marginados, los pecadores, los que reconocen su indigencia de misericordia y de dignificación personal.

Queridos hermanos, escuchemos la voz del Señor. Reconozcamos nuestros pecados; recibamos la paz que solo el Señor puede dar y seamos pacificadores.