Temas: Pandemia. Fragilidad (humana). Procesiones, liturgia presencial (suspendidas). Triduo Pascual (en familia). Semana Santa
Publicado: BOA 2020, 0.
Desde hace bastantes días venimos padeciendo la pandemia global del coronavirus (COVID-19), como la designó la Organización Mundial de la Salud, ya que afecta a muchos países; a España, en concreto con un fuerte impacto. Esta situación nos recuerda que todos los hombres y países somos una humanidad; estamos sometidos a la globalización del riesgo y del temor, de la debilidad y la esperanza. Todos participamos de un mismo peligro y de una semejante fragilidad. Es una insensatez que el hombre pretenda ser como Dios (Gn 3,5). Agradecemos particularmente a quienes desde la responsabilidad de gobierno toman decisiones en favor de todos y a quienes cuidan de nuestra salud con dedicación, sacrificio y riesgos especiales.
En este contexto vital nos disponemos a celebrar la Semana santa, que en Valladolid, ciudad y provincia, tiene una significación particular. Respetando las decisiones de las autoridades locales, autonómicas y nacionales, junto con las Cofradías hemos suspendido, a pesar de todos nosotros, las procesiones. Es un deber cívico y una responsabilidad para evitar en la medida de lo posible riesgos propios de contagio y exponer a otros a riesgos semejantes.
La Semana santa, además de las espléndidas manifestaciones procesionales de piedad popular, transcurre en los templos en las celebraciones litúrgicas, como en la Iglesia católica extendida por el mundo. Se han suspendido las procesiones, pero no las celebraciones, en que iremos participando de la forma que este año podamos. Como se nos pide e insiste que no salgamos de casa, las celebraciones tendrán una característica más familiar y a través de los medios de comunicación a nuestro alcance. Abuelos, padres e hijos se unen en la misma fe para participar de las mismas celebraciones; en las parroquias y otras iglesias se ofrecerán las oportunidades compaginables con la situación excepcional que atravesamos. Estemos atentos a las personas más frágiles y vulnerables. La solidaridad y la fraternidad en la fe deben desplegar una intensa generosidad humana y cristiana.
Se comunicará oportunamente información sobre las celebraciones litúrgicas y otros acontecimientos que nos ayuden a vivir la Semana santa de la manera permitida por las circunstancias actuales. La celebración de los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo ocupan un lugar destacado en cada cristiano y en cada comunidad que no podemos olvidar ni descuidar. El seguimiento de Jesús, la ejercitación de la fe y la participación litúrgica es lo fundamental y será posible en las condiciones y modalidades que también con creatividad podamos responder.
La Semana santa es la cima del año litúrgico; y si queremos mayor precisión, el Triduo Pascual, que comienza el jueves santo con la Eucaristía de la Cena del Señor. Continúa con la celebración de la Pasión y Muerte del Señor, prosigue con el sábado santo en que la Iglesia medita en silencio junto al sepulcro del Señor y termina con las vísperas del domingo de la Resurrección, después de haber participado en la Vigilia Pascual. Estos días santos por excelencia marcan la terminación de la Cuaresma e introducen en el Tiempo Pascual que se extiende durante cincuenta días hasta la fiesta de Pentecostés. Cuaresma significa preparación espiritual durante cuarenta días; y hasta Pentecostés durante cincuenta días celebramos particularmente la victoria de Jesús sobre el pecado y la muerte. Nos aproximamos, por tanto, a la Pascua del Señor, preparada en el tiempo de Cuaresma y prolongada durante cincuenta días hasta Pentecostés.
La Semana santa son unos días del calendario litúrgico en que la Iglesia y cada cristiano en su vida personal oran intensamente y celebran con particular solemnidad. Son días que reclaman una atención peculiar y que por ello no pueden pasar inadvertidamente. Su relieve litúrgico debe ser destacado en la vida de la Iglesia. Como pecadores celebramos los santos misterios durante el tiempo de la peregrinación y abiertos a la consumación de la historia personal y de la humanidad en la gloria del cielo. “Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos. La segunda vez aparecerá sin ninguna relación al pecado, para salvar a los que lo esperan” (Hb 9,28). Jesús fue condenado por los hombres y lo crucificaron; pero ha sido justificado por Dios Padre y lo ha resucitado como ofrecimiento de perdón de nuestros pecados y de esperanza eterna (cf. 1P 2,21-24. Rm 4,25; 5, 8; 6, 1-11: Ga 2,19-21; Col 2,12-14). Murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación.
“Es palabra digna de crédito: Si morimos con Él también viviremos con Él; si perseveramos, también reinaremos con Él” (2Tm 2,11-12). Esta afirmación ha sido amplificada en un himno del Oficio de las Horas que reproduzco a continuación: “Acuérdate de Jesucristo, / resucitado de entre los muertos. / Él es nuestra salvación, / nuestra gloria para siempre. / Si con Él morimos, viviremos con Él; / si con Él sufrimos, reinaremos con Él. / En Él nuestras penas, en Él nuestro gozo; / en Él la esperanza, en Él nuestro amor. /En Él toda gracia, en Él nuestra paz; / en Él nuestra gloria, en Él la salvación”.
La expresión “digna de crédito” o “merecedora de total aceptación” (cf. 1Tm 3,1; 49; 2Tm 2,11) significa que procede de la tradición apostólica y que debe ser retenida con particular atención, como quizá los mismos lectores de la carta recordaban. En todo caso para nosotros tal aserción destaca aquello en lo que se fija nuestra mirada y debemos subrayar con singular cuidado al “hacer memoria de Jesucristo resucitado de entre los muertos” (2Tm 2,8). A propósito de los mandamientos de Dios rezamos: “Todos los preceptos merecen confianza; son estables para siempre jamás, se han de cumplir con verdad y rectitud” (Sal 110,7-8)
El himno litúrgico que recitamos en el Oficio de las Horas ensancha el misterio pascual de Jesucristo a la vida cotidiana con sus penas y gozos, con sus temores y esperanzas, con sus desavenencias y reconciliación pacificadora. El misterio pascual de Jesucristo muerto y resucitado, celebrado en la Eucaristía y anualmente en el Triduo Pascual debe impactar la vida entera.
¿Por qué no incluir en este dinamismo salvífico la confianza en que con ayuda del Señor superaremos la amenaza que a todos nos envuelve? La oración no es descargo de nuestra responsabilidad; ni la inteligencia del hombre sustituye la omnipotencia y bondad de Dios. Pedimos el pan de cada día y labramos la tierra para que nos dé su fruto.
Queridos amigos, vivamos la Semana santa como fieles cristianos en las condiciones actuales y según las modalidades posibles. Cuidemos unos de otros, y todos de los más frágiles y vulnerables. Jesús se entregó por nosotros; aprendamos de Él a servir a los demás.