San Pedro Regalado (VI) La gloria en la ciudad

San Pedro Regalado (VI) La gloria en la ciudad

19 julio, 2017

Bienaventurados – Santos Vallisoletanos. Serie de Artículos de Javier Burrieza

San Pedro Regalado, fraile franciscano, n. Valladolid, 1390 + La Aguilera (Burgos), 30.III.1456; beatificación 1683, canonización 1746. Patrono de Valladolid desde 1747.

La devoción se multiplicaba, tal y como se apreciaba en la abogacía que le era atribuida al beato Pedro Regalado. Era ya requerido para los nuevos bautizos de los niños vallisoletanos del siglo XVIII que eran acercados, por sus padres, hasta la parroquia del Salvador. En 1688, y por primera vez en este templo, se bautizó a un niño con este nombre. La canonización, cuando entonces los católicos parecían no encontrar diferencias entre beatos y santos, llegó en 1746. Teófanes Egido detalla cómo fueron los franciscanos los que filtraron la noticia el año anterior. A partir de entonces, la ciudad se volcó en la proclamación popular y “democrática” de su patrono en la persona del nuevo santo, protección que se extendería a la diócesis. Los estamentos de aquella sociedad abarrotaban la plaza y así, ante la pregunta del regidor decano, respondieron con un clamor unánime: “¡vecinos y moradores de Valladolid! ¿queréis y votáis por vuestro patrono a San Pedro Regalado?”. El siguiente paso fue la recogida de firmas, en latín o en su defecto en castellano, para ser remitidas a Roma. El papa Benedicto XIV respondió a los deseos de los fieles católicos de Valladolid con prontitud.

Lourdes Amigo ha estudiado con detenimiento estas fiestas, siendo calificadas como “las del siglo”. Ante el conocimiento de la noticia, las autoridades se fueron preparando para la celebración. El gobierno municipal debía buscar la adecuada financiación, aunque fue menester volver a recurrir al crédito, como ocurrió con las propias de la beatificación en 1683. Los gremios habrían de tener una presencia arrolladora en las mismas, siendo además la del Salvador una parroquia de comerciantes y artesanos. Esta iglesia junto con la Catedral y la provincia franciscana de la Concepción habrían de tener el protagonismo, sin la ausencia del Regimiento. La sanción pontificia llegó de la mano del papa Benedicto XIV, cardenal Próspero Lambertini. Con todo, el fallecimiento de Felipe V interrumpió en parte las fiestas que se estaban empezando a desarrollar.

La fiesta se había fijado para el verano de 1747, conociendo el desarrollo de la misma gracias a las narraciones que aportaron fray Buenaventura Maestro y el ensamblador Ventura Pérez, continuando con Relaciones en verso de las mismas, sin faltar posteriores referencias en distintos historiadores de Valladolid.

Los canónigos de la Catedral habían pensado en gastarse veintiséis mil reales en esta celebración, cantidad que debía ser adelantada por la fábrica de la Iglesia Mayor inacabada, repuesta posteriormente de los beneficios de estos clérigos. La parroquia de El Salvador y el convento de San Francisco aportaron las limosnas que solicitaron. La fiesta se había fijado para el verano de 1747, conociendo el desarrollo de la misma gracias a las narraciones que aportaron fray Buenaventura Maestro y el ensamblador Ventura Pérez, continuando con Relaciones en verso de las mismas, sin faltar posteriores referencias en distintos historiadores de Valladolid. Uno de los grandes momentos fue el traslado de una reliquia, objeto sacro que permitía el contacto con el héroe que era el santo. Se trataba de una canilla de la pierna izquierda. Cuando se iba a proceder a su traslado procesional, el enemigo habitual de este tipo de celebraciones —el agua—, apareció no solamente en forma de lluvia, sino también de nieve. No obstante, los vallisoletanos, cansados de tanta contrariedad, obligaron a su obispo a portar este fragmento del santo, a pesar de los muchos barros acumulados por las calles. A partir de ahí se desarrollaron las fiestas mayores de canonización.

Cuando no se habían apagado los rescoldos de la fiesta y menos aún se había terminado de pagar el endeudamiento contraído por el municipio, un nuevo vallisoletano volvió a subir a los altares. Era la beatificación en 1766 del trinitario fray Simón de Rojas. Eso sí, en torno a él no hubiese hecho falta construir históricamente un patrono, pues su vinculación con su ciudad natal se hallaba mucho más documentada.

El 13 de mayo de 1748 se celebraba por vez primera la fiesta del patrono en el espacio catedralicio con la asistencia del obispo y de la Ciudad, nombre con el que se conocía al Ayuntamiento. Su imagen procesional pasó a incrementar aquellas milagrosas requeridas en Valladolid junto con las de la Virgen de San Lorenzo, el Cristo de la Espiga de la parroquia de San Pedro, San Isidro, el llamado Cristo del Consuelo de la parroquia de San Andrés, el misterioso Cristo de la Cepa del convento de San Benito —hoy en el Museo Diocesano— o el Cristo del Humilladero de la cofradía de la Vera Cruz. Progresivamente la fiesta del Santo se trasladó a su parroquia del Salvador y muy especialmente a su capilla titular en el lado del Evangelio del templo.

Apareció en el imaginario de los vallisoletanos la identificación entre el santo Regalado y la calle Platerías, localizando en el número uno de aquella antigua rúa el lugar de su nacimiento. De esta manera, los dueños del inmueble costeaban en la víspera de la festividad del patrono una sesión de fuegos artificiales. La sociedad burguesa que se construyó en el siglo XIX condujo a la exclaustración de los frailes franciscanos y a la secularización de los comportamientos de los vallisoletanos. A partir de ahí, otras formas de recordar al Regalado se fueron manifestando a favor de este santo cuya fama traspasaba los siglos de la historia.