Beata ANA DE SAN BARTOLOMÉ (II) ROMPER A LEER Y A ESCRIBIR

Beata ANA DE SAN BARTOLOMÉ (II) ROMPER A LEER Y A ESCRIBIR

1 agosto, 2017
ANA DE SAN BARTOLOMÉ ENSEÑANDO A LAS MONJAS EN SUS FUNDACIONES. GRABADO SIGLO XVII

Bienaventurados – Los santos que moraron en Valladolid. Serie de Artículos de Javier Burrieza

Ana García Manzanas nació el 1.X.1550 en Almendral de la Cañada (Toledo), recibió el hábito y velo blanco en San José de Ávila. Acompañó a santa Teresa en los últimos años como enfermera y escritora, asistiéndola hasta los últimos momentos de su vida. Después permaneció junto a María de San Jerónimo y finalmente, fue fundadora y priora en Francia y Países Bajos de diferentes Carmelos —por eso tomó el velo negro— muriendo en Bruselas, el 7 de junio de 1626. Fue beatificada el 6 de mayo de 1917 por Benedicto XV.

La propia Ana de San Bartolomé relataba cómo aprendió a escribir de la mano de la propia madre Teresa. Así lo plasmó en el proceso de santificación de su “maestra”: “«si tú supieras escribir, ayudárasme a responder a estas cartas». Y ella [Ana de San Bartolomé] dijo: «Déme vuesa reverencia una materia por donde deprenda». Diola una carta de buena letra de una religiosa descalza, y díjola que de allí aprendiese. Y esta testigo la replicó que la parecía  a ella que mejor sacaría de su letra, y que a imitación de ella escribiría. Y la santa Madre luego escribió dos renglones de su mano y dióselos; y a imitación de ellos escribió una carta esta testigo a aquella tarde a las hermanas de San José de Ávila. Y desde aquel día las escribió y ayudó a responder a las cartas que la Madre recibía, sin haber, como dicho tiene, tenido maestro ni aprendido a escribirlo de persona alguna, ni haberlo aprendido jamás, y sin saber leer más de un poco en romance, y con dificultad conocía las letras de las cartas; por donde conoce ser obra de Nuestro Señor”.

Consiguió Ana de San Bartolomé imitar la letra de la reformadora. Naturalmente, no podremos aceptar la tradición que afirmaba que aquella monja que había sido pastora aprendió a escribir en esa jornada. Teresa de Jesús confirmaba que la hermana le ayudaba constantemente: “Ana de San Bartolomé no cesa de escribir; harto me ayuda. Beso las manos de vuestra reverencia”. Así se lo escribía a fray Jerónimo Gracián. A María de San José, desde Valladolid y en plena enfermedad, le recordaba la gran utilidad y fiabilidad de Ana de San Bartolomé: “Todavía estoy tan flaca la cabeza, que no sé cuándo podré escribir de mis letras; más la secretaria es tal, que podré fiar lo que de mí”. Ella fue una testigo privilegiada de la percepción que existía sobre Teresa de Jesús, desarrollándose entre ellas una extraordinaria confianza. “San Bartolomé” la llamaba la fundadora cuando al final de la carta tenía que dar sus recuerdos y oraciones al destinatario.

“No me apartaba un momento de ella —escribía Ana de San Bartolomé—; pedía a las monjas me trajesen lo que había menester; yo se lo daba, porque en estarme allí la daba consuelo”.

Con la fundación de Burgos, en el duro invierno de 1582, la enfermedad de Teresa de Jesús era irremediable, de ahí que Ana de San Bartolomé fuese tomando cada vez mayor protagonismo en el trabajo: “la hermana que la escribe pide a vuestra reverencia en caridad que la encomienden a Dios”. Todavía más penosa será la situación de la última visita de ambas a los conventos de Valladolid y Medina del Campo, como tuvimos ocasión de ver. Deseaba la fundadora que su ayudante cambiase el velo blanco por el negro y dejase de ser una hermana lega. Ana de San Bartolomé no quería renunciar, sin embargo, a su condición de servidora. Tampoco pretendía imponérselo.

La última carta que se conserva de Teresa de Jesús fue dictada, como muchas anteriores, a Ana de San Bartolomé, en las vísperas de su llegada a Medina del Campo, veinte días antes de la muerte de la fundadora. Estaba dirigida a Soria, a Catalina de Cristo, con toda una serie de asuntos pendientes y cotidianos, además de otros de mayor calado como la fundación del convento de Pamplona: “ya estamos en Medina y tan ocupada que no puedo decir más de que venimos bien”. Después la enfermera y escritora fue la narradora privilegiada del final de la madre Teresa: “Los cinco días [de su vida] que estuvo allí en Alba antes de morir, yo era más muerta que viva. Y dos días antes muriese, me dijo estando a solas: “Hija, ya es llegada la hora de mi muerte”. Eso me atravesó más y más el corazón. No me apartaba un momento de ella; pedía a las monjas me trajesen lo que había menester; yo se lo daba, porque en estarme allí la daba consuelo. Y el día que murió estuvo desde la mañana sin poder hablar; y a la tarde me dijo el Padre que estaba con ella —era fray Antonio de Jesús el uno de los dos primeros Descalzos— que me fuese a comer algo y en yéndome, no sosegaba la Santa, sino mirando a un cabo y a otro. Y díjola el Padre si me quería, y por señas dijo que sí, y llamáronme. Y viniendo, que me vio, se rió; y me mostró tanta gracia y amor, que me tocó con sus manos y puso en mis brazos su cabeza; y allí la tuve abrazada hasta que espiró, estando yo más muerta que la misma Santa, que ella estaban tan encendida en el amor de su Esposo que parecía no veía la hora de salir del cuerpo para gozarle”.