El Colegio de San Ignacio, el Tesoro escondido del Padre Hoyos

El Colegio de San Ignacio, el Tesoro escondido del Padre Hoyos

29 diciembre, 2023

Imágenes de devoción, por Javier Burrieza

Valladolid, camino de devoción del Sagrado Corazón de Jesús (6)

EL COLEGIO DE SAN IGNACIO, EL TESORO ESCONDIDO DEL PADRE HOYOS

Estamos dejando en pocos años de vida de Bernardo Francisco de Hoyos, muchos e importantes escenarios. Al iniciarse 1735 –fue un 2 de enero–, el obispo Julián Domínguez le ordenó sacerdote en el palacio que entonces ocupaba el que era prelado de la diócesis vallisoletana, el de Fabio Nelli. Desde su condición de presbítero ya contaba con su propia voz para difundir la devoción del Sagrado Corazón de Jesús. Fue el día de la Epifanía cuando celebró su primera misa en la iglesia de la que iba a ser su nueva casa, el colegio de San Ignacio –cuyo templo desde 1775 es la actual parroquia de San Miguel y San Julián–. Aquel había sido el primer establecimiento de los jesuitas en Valladolid desde 1545, con muchas variaciones físicas, materiales y jurídicas dentro de la Compañía de Jesús, fruto de la evolución de la propia orden religiosa. Siempre fue el escenario litúrgico de las grandes celebraciones de los jesuitas en Valladolid. También evolucionó en sus devociones, porque al principio se encontraba bajo la advocación de San Antonio de Padua y después recibió la de San Ignacio de Loyola, canonizado en 1622. Reconocidos pintores y escultores, como sucedió con Gregorio Fernández, fueron trabajando por encargo del rector, ministro y procurador de esta casa y también desde el siglo XVII disponían de la protección y el patronato de Magdalena de Borja Oñaz y Loyola, descendiente de Francisco de Borja y pariente de Ignacio de Loyola, condesa de Fuensaldaña por su matrimonio por el que así fue distinguido, Juan Urban Pérez de Vivero.

En esta casa, en 1633, había recibido sepultura Marina de Escobar, que era una conocidísima mujer dirigida por jesuitas, desde finales del siglo XVI, especialmente por el padre Luis de La Puente, que era un religioso ignaciano más asociado con el segundo colegio de la Compañía en Valladolid, el de San Ambrosio. Se sucederán otros fieles y afectos a los ministerios de estos predicadores, confesores y directores espirituales con un gran templo dentro de un edificio que ocupaba toda la manzana urbana que constituyen las actuales calles de San Ignacio, Rótulo del Doctor Cazalla y Concepción. Para aquella casa con tanta historia, el nuevo rector de la misma –que hasta ahora había sido provincial de Castilla, Manuel de Prado– quiso contar con la presencia de Bernardo Francisco de Hoyos, Él ya podía ser un hombre para los ministerios habituales de la Compañía, aunque continuaba formándose dentro del periodo de la tercera probación, convertido en un último filtro para realizar la incorporación solemne y definitiva del que podía ser padre profeso de la Compañía. Esta tercera probación, desde décadas anteriores, se empezó a concentrar en casas específicas donde vivían los instructores especializados. Una de estas era el colegio de San Ignacio de Valladolid. Disponía de recursos llamativos como una importante librería también a su disposición y que hoy forma parte de la Biblioteca Histórica de Santa Cruz de la Universidad de Valladolid, en virtud de las medidas desamortizadoras que se pusieron en marcha tras la expulsión de 1767. Junto a ella también una importante botica, diferentes congregaciones –la de la Buena Muerte con su propia capilla y su iconografía inicial del Sagrado Corazón de Jesús–, además de una importante imprenta con una notable producción devocional.

La presencia efectiva en el Colegio de San Ignacio, tras sus cruciales años en San Ambrosio, se desarrolló desde septiembre de 1735 aunque poco pudo disfrutar de esta casa que tanto concentraba de la presencia vallisoletana de los jesuitas desde el siglo XVI –con su relicario por ejemplo junto a la gran sacristía–. El joven de Torrelobatón se empezó a sentir indispuesto a mediados del mes de noviembre. El tifus se estaba expandiendo por Valladolid y con esta enfermedad terminó una vida prometedora. El Colegio de San Ignacio se iba a convertir en su última morada tras su muerte el 29 de noviembre de 1735. Una sepultura que sería conocida hasta 1767 pero que adquirió toques de desconocimiento misterioso a partir de entonces. Habría que preguntarse si este templo se transformó en un “tesoro escondido” para la conservación de sus restos.