El Sagrado Corazón de Jesús de Ramón Núñez desde lo alto de la Catedral

El Sagrado Corazón de Jesús de Ramón Núñez desde lo alto de la Catedral

2 abril, 2024

Imágenes de devoción, por Javier Burrieza

Valladolid, camino de devoción del Sagrado Corazón de Jesús (12)

EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS DE RAMÓN NÚÑEZ DESDE LO ALTO DE LA CATEDRAL

Perfil o silueta de la ciudad es este Sagrado Corazón de Jesús que nunca estuvo en la mente de ningún arquitecto para la Catedral de Valladolid. Sin embargo, es una importante obra de arte culminada por este escultor, discípulo del zamorano Ramón Álvarez, en cuyo taller entró como aprendiz. Su maestro estaba renovando los pasos procesionales de la Semana Santa zamorana. A su muerte, Ramón Núñez continuó con la formación académica reglada. Primero en la Escuela de San Fernando de Madrid, después fue profesor (en 1894) de Modelado y Vaciado en la escuela de Santiago de Compostela, dejando en la Universidad sus primeras obras públicas, las que representaban a los protectores de esta institución docente secular. En 1908 recibió la medalla de plata de la Exposición Hispano Francesa por el altorrelieve “Defensa del reducto del Pilar”. A Valladolid llegó en 1911, a la cátedra de Modelado de la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos, además de ocupar el cargo de escultor anatómico de la Facultad de Medicina, para elaborar las piezas de marcado carácter didáctico en la formación de los médicos. Dos fueron los lugares donde sabemos que estableció su taller los diecinueve años que vivió en Valladolid. Primero en la calle Cascajares, frente a la Catedral; y posteriormente, en la calle Paraíso. Bajo su magisterio se formaron escultores como José Luis Medina, Baltasar Lobo o Antonio Vaquero. Ramón Núñez llegó a desempeñar la dirección de la Escuela y su memoria también se ha reflejado en el callejero vallisoletano, en un pequeño tramo urbano que comunica la plaza de Cantarranas con la de Macías Picavea.

Gandásegui había llegado a gobernar la diócesis en 1920. Desde el principio tuvo claro que la religiosidad popular y devociones como la del Sagrado Corazón de Jesús le podían servir para desarrollar una estrategia de recristianización de la sociedad. Se encontraba en la ciudad en la que, desde 1733 y de la mano de jesuitas como Agustín Cardaveraz, Pedro de Calatayud, Juan de Loyola y, sobre todo, el beato Bernardo Francisco de Hoyos, se estaba empezando a expandir la devoción del Sagrado Corazón con el reclamo de la célebre “Gran Promesa”, que decía haber recibido el joven Bernardo de Hoyos en su colegio de San Ambrosio. Era la llamada a extender esa devoción que procedía de Francia por toda la Monarquía católica de los primeros Borbones, hasta los confines de las Indias.

El arzobispo Gandásegui recogió para la Catedral el proyecto que Ramón Núñez había expuesto de su antecesor, el cardenal Cos. La estatua se realizó gracias a la apertura de una suscripción pública. El escultor ofreció un modelo de tamaño natural y en barro, y a partir de éste realizó la estatua de ocho metros de alto, en hormigón armado y ahuecada por dentro, de diez centímetros de espesor. Vestido con manto y túnica ceñida, Jesús descubre su Corazón a la ciudad. Los talleres Gabilondo dispusieron la armadura de hierro que soporta la escultura dentro de una cúpula de diez metros de diámetro y seis de altura, dispuesta sobre la torre que se había concluido de manera reciente. La inauguración se efectuó el 24 de junio de 1923, con la celebración por parte del arzobispo Gandásegui de una misa en lo alto de la torre, permaneciendo la terraza de la misma adornada con guirnaldas y flores y con la asistencia en las calles adyacentes, de unas cien mil personas según los medios de comunicación, a los que se distribuyeron unas veinticuatro mil comuniones. Al año siguiente, el electricista Manuel Rodríguez dispuso el cable-pararrayos, que desciende por la torre hasta llegar a tierra. No faltó la polémica con alguna fuerza política.

Así pues, una imagen de devoción que es un monumento en la línea de lo realizado en Barcelona con el Tibidabo, en Palencia con el Cristo del Otero de Victorio Macho, en San Sebastián o en Río de Janeiro. La devoción impulsada también se plasmó en tiempo de Gandásegui, no solo con lo que venían haciendo las salesas desde su monasterio o los jesuitas desde la iglesia de Ruiz Hernández, sino por la procesión de su fiesta y solemnidad litúrgica. Ramón Núñez no estuvo ajeno a todas estas iniciativas, aunque por aquellos años veinte también otorgó otro perfil y silueta a un edificio vallisoletano, esta vez educativo de la ciudad: la Virgen de Lourdes en el colegio de los Hermanos de La Salle.