Festividad del beato Francisco Palau, ‘Pacificador en la guerra’

Festividad del beato Francisco Palau, ‘Pacificador en la guerra’

7 noviembre, 2022

Hoy celebramos al beato Francisco Palau, fundador de las Carmelitas Misioneras, con pesencia en Valladolid y Zaratán. Con este motivo, y el del 150 aniversario de su fallecimiento, el arzobispo de Valladolid, don Luis Argüello, presidió en la iglesia conventual de San Benito, la Eucaristía conclusiva de los actos conmemorativos de la efeméride.

‘Pacificador en la guerra’

Esther Díaz S. carmelita misionera

Las guerras carlistas fueron una serie de contiendas civiles. Tuvieron lugar en España, a lo largo del siglo XIX. Tales guerras, causaron, profundas y numerosas heridas. Un alto coste en vidas humanas, también.

Al iniciarse la primera, Francisco Palau vivía momentos de plenitud vocacional. Volcado en las misiones populares. Con las cuales actualizaba la fe del pueblo sencillo.

Por el horizonte amenazaban nubarrones oscuros. Muy oscuros. Se acercaba desafiante la descomunal tormenta. Estallido de odio, de sin sentido: el de la guerra. Como Palau llevaba el evangelio en el corazón, procuraba que el pueblo lo asimilara. Era un modo de ralentizar el avance de la contienda, también.

El entorno le valoraba como pacificador. Por lo cual él percibía que el acoso de la clase política y de sus secuaces le estrechaban el cerco. Llegaron a impedirle vivir con dignidad. Testimoniar, también, su dimensión de fe. Sintió la mordedura de la persecución hasta en lo más sagrado de sí mismo. Motivo por el cual se vio obligado a emprender la ruta del destierro. ¿Destino? Francia, sí. Contaba Palau 30 años.

Compartía en Perpignan, con numerosos españoles, la situación humillante de exiliados. Vivían hacinados en campos de concentración. Sin cubrir las necesidades más acuciantes.

La lucha del alma con Dios, su primer libro, responde a las líneas de actuación, indicadas por el Papa en sus encíclicas. Dirigidas al pueblo de Dios, condenaban la guerra.

En Perpignan, lugar repleto de refugiados, con frecuencia, se urdían represalias contra el gobierno de España. Ante semejante trance Palau se traslada al interior, a la diócesis de Montauban. Nueva zona que favorecía su vida eremítica. Algunos desterrados le acompañan. También un grupo de mujeres bebe de su espíritu. Y Palau comparte con ellos su tesoro vocacional.

Desde su estancia allí, la vida se volvió más fraterna. serena y bella. Lo opuesto a la guerra. Palau era el pacificador, Sus compañeros/as de prueba se sabían hijos de Dios y, hermanos, entre sí. Soporte imprescindible para ahuyentar el enfrentamiento. Pronto llegarán otros. Diferentes formas de guerra, ¡Claro!. Las autoridades le crean enormes escollos y él acepta los nuevos retos que le proponen. Sin embargo, durante estos años, rumió soledad hasta cotas inimaginables.

Cierto, Palau no estuvo en la vanguardia, con las tropas en la lucha. Pero sufrió las consecuencias de la guerra fratricida. Plantó cara a toda forma de contienda, de combate. Procuró disminuir su ofensiva. Padeció -sin perder lo mejor de sí mismo- las dentellladas de la guerra. Luego, ellas fueron las que intensificaron su dimensión de conciliador. De probado pacificador.