ÍÑIGO DE LOYOLA, EL ESTUDIANTE QUE BUSCABA (I)

ÍÑIGO DE LOYOLA, EL ESTUDIANTE QUE BUSCABA (I)

28 julio, 2017
IÑIGO DE LOYOLA PEREGRINO
IÑIGO DE LOYOLA PEREGRINO

Bienaventurados – Los santos que moraron en Valladolid. Serie de Artículos de Javier Burrieza

San Ignacio de Loyola nació probablemente en 1491, en Loyola (Guipúzcoa); fundador y primer prepósito general de la Compañía de Jesús. Pasó en varias ocasiones por Valladolid, donde residió en cortos periodos de tiempo. Desde Roma estuvo al tanto de las fundaciones de los jesuitas en este ámbito vallisoletano, tanto en Valladolid y Medina del Campo, como en el primer noviciado de la Compañía en España, establecido en Simancas. Murió en Roma, el 31 de julio de 1556 y fue canonizado en 1622 por Gregorio XV.

La vida de Ignacio de Loyola reúne muchas de las inquietudes y horizontes de un hombre del siglo XVI. Primero, intentó promocionarse social y políticamente; experimentando después un cambio de intereses —lo llamamos “conversión”— que le condujo a fundar la Compañía de Jesús. Supo que Valladolid era una pieza angular de esa hegemónica Monarquía de España: de ahí sus estancias en plena juventud, primero como paje de la Corte, después como estudiante. Ambas han merecido la atención de jesuitas como Gabriel de Henao en el siglo XVII o Luis Fernández Martín en las últimas décadas.

            Ese primer Íñigo de Loyola pretendió hacer carrera siendo uno de los segundones de una amplia familia de Guipúzcoa. Fue puesto al servicio de un alto funcionario de la burocracia estatal, Juan Velázquez de Cuéllar, hombre de confianza de los monarcas castellanos y su contador mayor, señor de Villavaquerín y ennoblecido por su matrimonio con María de Velasco. Habitualmente, don Juan moraba en Arévalo, y con él su familia o los hombres que estaban a su servicio como Íñigo de Loyola. Siendo sabedor de la importancia política de Valladolid, adquirió en la calle de Ruiz Fernández de Tovar —más conocida hoy como Ruiz Hernández—, unas casas, consideradas como de las más importantes de la nobleza del siglo XVI. Cada vez que era necesaria su presencia en Valladolid, se alojaba en este palacio. Íñigo de Loyola le seguía y conocía bien el espacio urbano que continúa al actual templo de los jesuitas en aquella calle. Cuando Velázquez de Cuéllar perdió su influencia, Íñigo se vio obligado a cambiar de señor, si pretendía seguir prosperando: el elegido fue el duque de Nájera, virrey de Navarra.

Procedente de Alcalá, durante su breve estancia en Valladolid en 1527, se entrevistó con el arzobispo Alonso de Fonseca, el cual le aconsejó que se trasladase a Salamanca.

            Este alto funcionario estuvo en la Corte de Valladolid de 1518 para conocer a Carlos I —futuro emperador— y recibir sus peticiones de dinero, le acompañó Íñigo de Loyola. Sabemos por documentos del Archivo de Simancas que el joven pasó por Valladolid en los otoños de 1518 y 1519, no faltándole problemas y rivalidades. Así, Íñigo solicitaba al nuevo rey licencia para llevar armas y guardaespaldas, ante la violencia e intento de asesinato que había sufrido de Francisco de Oya, criado de la condesa de Camiña, moradora en la calle Torrecilla.

        Desde su herida en la defensa de la fortaleza de Pamplona, no pretendía “medrar” políticamente sino conquistar otros ámbitos espirituales, consiguiendo algunas metas a través de una metodología para la cual la jerarquía eclesiástica pensaba que no estaba preparado. Para encontrarse con gentes de semejantes inquietudes, viajó a las ciudades universitarias, pero allí se convirtió en un estudiante sospechoso, acusado de heterodoxia, encarcelado. Primero fue en Alcalá. Después, de manera muy breve, en Valladolid, donde se entrevistó con Alonso de Fonseca, arzobispo de Toledo, vinculado al grupo espiritualmente más adelantado en Castilla como eran los erasmistas. Éste —que acababa de bautizar al futuro Felipe II en el convento de San Pablo— le aconsejó que se trasladase a Salamanca, Universidad donde tampoco se sintió cómodo sino perseguido. Aunque entró en Valladolid a finales de junio de 1527 residió en un hospital de peregrinos, María Velasco —viuda de su anterior protector Velázquez de Cuéllar—, le convenció para que se alojase en sus casas de la calle Ruiz Hernández.

            Convertido ya en buscador de las cosas de Dios, Ignacio de Loyola alcanzó su plenitud como estudiante en París, donde conoció a sus definitivos “compañeros” con los que comenzó la trayectoria de la Compañía de Jesús, los primeros jesuitas. Como superior general, la actitud que demostró hacia Valladolid vino definida por la fundación y consolidación del primer colegio de la Compañía en esta ciudad en 1545. Pasando por aquí, los jesuitas se expandieron por Castilla. Por eso, no deben extrañar las palabras que dirigió por carta a los regidores vallisoletanos en 1548: “Toda esa muy noble villa, que Dios Nuestro Señor conserve y prospere con augmento continuo de sus spirituales gracias para mucha honrra y gloria suya”. Valladolid protagonizó muchos de los fragmentos de las cartas de Ignacio de Loyola, santo que canonizado en 1622, había fallecido en Roma en la madrugada del 31 de julio de 1556.