San Francisco de San Miguel. El calvario en Nagasaki (III)

San Francisco de San Miguel. El calvario en Nagasaki (III)

19 julio, 2017
Mártires Nagasaki
Mártires Nagasaki

Bienaventurados – Santos Vallisoletanos. Serie de Artículos de Javier Burrieza

San Francisco de La Parrilla o de San Miguel, fraile franciscano, n. La Parrilla (Valladolid), 1545 (1549?) + mártir, Nagasaki (Japón), 1597; b. 1627; c. 1862.

La tolerancia hacia los misioneros cristianos llegó a su fin y el emperador japonés consideró que era la hora de recordar las prohibiciones de 1587, subrayando que los frailes y sacerdotes desarrollaban un proselitismo ilegal y que se convertían realmente en agentes extranjeros para conseguir una invasión militar. El gobernador de Osaka ordenaba el 8 de diciembre de 1596, el encarcelamiento de los misioneros, pertenecientes a distintas órdenes religiosas, sobre todo franciscanos y jesuitas. Los franciscanos de la Porciúncula de Meako atendían los hospitales de Santa Ana y San José, siendo arrestados en la mañana del 9 de diciembre. Permanecieron en la que había sido su casa hasta el día 30, siendo trasladados después a la cárcel pública. El 3 de enero, ya del siguiente 1597, se les trasladó a la parte inferior de la ciudad de Meako, comenzando la tortura. Posteriormente, fueron conducidos de tres en tres, recorriendo las calles mientras se leía su edicto de muerte. En la sentencia se especificaba que habiendo llegado a Japón procedente “de los Luzones” —Filipinas— como embajadores extranjeros, aprovecharon esta condición para predicar el Evangelio —“la ley de los cristianos que yo prohibí muy rigurosamente los años pasados” —. Por ello, el emperador ordenaba su ejecución junto con los japoneses que habían sido bautizados, habiendo aceptado su doctrina. El grupo de veintiséis sería crucificado en Nagasaki, emprendiendo el camino que separaba a ambas ciudades: una prolongada ruta de ochocientos kilómetros en pleno invierno.

Aquel “calvario de Nagasaki” no estaba elegido al azar. Era un elemento disuasorio, pues se trataba de advertir contra el surgimiento de nuevas comunidades en la zona más cristianizada del Japón. Las cruces habrían de ubicarse en la colina Nishizaka, posteriormente conocida como “Tateyama” o “Luminosa”, por los signos que pudieron reconocerse en ella tras la ejecución de los cristianos. Hoy el lugar es venerado como la “Colina de los mártires”. El potro de tortura era muy significativo iconográficamente: dos travesaños clavados a un tronco, en el cual el condenado era sujeto con cinco anillos de hierro dispuestos en manos, pies y cuello. Una posición que facilitaba que el cuerpo fuese traspasado con dos lanzas que entraban por los costados. Tras la plática que pronunció fray Martín de la Ascensión para animar a sus compañeros, se elevaron las cruces. Un cristiano portugués quiso conservar el rosario que fray Francisco de La Parrilla estaba rezando a lo que el franciscano le respondió: “en acabando hermano”. Fue entonces cuando los verdugos le traspasaron con las lanzas, asegurando así una muerte rápida. Era el miércoles 5 de febrero de 1597, contando el parrillano con cincuenta y dos años —el mayor de todo el grupo—. Precisamente, su iconografía responde al martirio, crucificado, vestido con hábito franciscano y disponiéndose las lanzas en forma de aspa. El primero que murió fue fray Felipe de Jesús. El último, fray Pedro Bautista: un total de seis frailes franciscanos, diecisiete hermanos pertenecientes a la orden seglar y tres jesuitas.

Cuentan las relaciones de martirio que los que contemplaron esta escena quisieron conservar reliquias de los condenados, mojando lienzos en la sangre derramada, cortando fragmentos de sus hábitos, incluso pretendiendo partes de sus cuerpos muertos. El gobernador de Nagasaki trató de eliminar estas manifestaciones de veneración temprana hacia los mártires. Los cuerpos se dejaban expuestos a los carroñeros, que según el relato decimonónico del sacerdote Eustaquio María de Nenclares, no se atrevieron con ellos. Sin embargo, los cristianos violaban las barreras que se habían interpuesto para obtener estas reliquias, que indican una veneración temprana hacia los primeros mártires del Japón.