San Francisco de San Miguel. Los misioneros de aquella globalización (II)

San Francisco de San Miguel. Los misioneros de aquella globalización (II)

19 julio, 2017
San Francisco de San Miguel
San Francisco de San Miguel

Bienaventurados – Santos Vallisoletanos. Serie de Artículos de Javier Burrieza

San Francisco de La Parrilla o de San Miguel, fraile franciscano, n. La Parrilla (Valladolid), 1545 (1549?) + mártir, Nagasaki (Japón), 1597; b. 1627; c. 1862.

En un mundo que no era globalizado, como aquel del siglo XVI, los misioneros adelantaban esa dimensión. Con el horizonte de comunicar el Evangelio a los pueblos que lo desconocían, estos religiosos no ponían límites cruzando océano tras océano. En esa búsqueda vocacional de fray Francisco de San Miguel aparecieron las misiones. Se integró en un grupo de diecisiete franciscanos que partieron desde Sevilla hacia América en 1581. Según el “catálogo de Pasajeros a Indias” era señalado como “fray Francisco de La Parrilla”, procedente del convento seráfico de Medina del Campo. El primer destino fue la casa de San Cosme y San Damián de México, donde ejerció el cargo de portero. Un espacio aquel para el desarrollo de la caridad, pues hasta él acudían numerosos necesitados. Conoció dentro de su orden a un hombre cuyas predicaciones le fascinaron. Era fray Pedro Bautista, al cual se vinculó para el resto de su existencia hasta el martirio.

En 1584, acompañándolo, pasaron a Manila donde permanecieron por espacio de nueve años hasta mayo de 1593, repartidos entre Camarines y la mencionada capital de Filipinas. En este último convento, el parrillano ejerció de nuevo el oficio de portero. Ambos franciscanos, cada uno en sus respectivos ministerios, contaban con la fama de la población. A fray Francisco de San Miguel en Manila le atribuyeron —en las declaraciones de su proceso de santificación— algunos prodigios obrados por su intercesión. Fue el caso de lo que afirmaba el tesorero de la Catedral de Manila, el sacerdote Santiago de Castro. Hacían pues referencia a curaciones corporales, hablando de él, no como un humilde hermano, sino como un padre. En Manila, José Ignacio Tellechea confirma que fray Francisco comenzó a estudiar la lengua de los nativos que le rodeaban, una de las grandes barreras de la evangelización en aquellas tierras. Las hagiografías creaban situaciones similares a las del primer Pentecostés: “Dios le suministró las demás palabras del sermón, quedando completamente admirados sus oyentes”.

En Manila, José Ignacio Tellechea confirma que fray Francisco comenzó a estudiar la lengua de los nativos que le rodeaban, una de las grandes barreras de la evangelización en aquellas tierras.

Japón se había convertido en un nuevo horizonte para la Iglesia misionera, tal y como se había plasmado en tiempos del jesuita san Francisco Javier. El mencionado fray Pedro Bautista era nombrado en mayo de 1593, embajador español en aquellas tierras, al principio vinculadas a la acción colonizadora de los portugueses. Agregará a su comitiva a otros franciscanos, entre ellos a fray Francisco de San Miguel. Tardaron dos meses en alcanzar el archipiélago, construyendo en Meako el convento de la Porciúncula o iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, inaugurado en octubre de aquel año. Desde 1582, controlaba el poder político en Japón Hideyoshí Toyotomi, conocido como Taikosama. Inclinado inicialmente al cristianismo, los bonzos le hicieron cambiar de actitud en 1587. Con todo, los misioneros, vestidos a la japonesa y manteniéndose en la clandestinidad, eran tolerados. Fray Francisco de La Parrilla, por ejemplo, en la Semana Santa de 1594 pudo hacer exposición eucarística en un Monumento que dispuso con la ayuda de otros cristianos japoneses. Estos últimos se mostraban todavía ignorantes acerca de la importancia de los días de la Pasión. Al desconocer la lengua del país, el lego franciscano representó algunos de los padecimientos de Cristo, dejándose azotar mientras descubría su torso y permanecía atado a uno de los pilares de la habitación (ver foto). De esta manera, según dicen las crónicas, consiguió despertar la compasión de los que le contemplaban imitando a Jesús y logró la conversión de un importante número de habitantes de la ciudad de Meako. Un ministerio que, a pesar de no tener la posibilidad de predicar, extendió en la asistencia a los presos en las cárceles, permaneciendo cercano a ellos en el momento del cumplimiento de la pena.