San Pedro Regalado (V) Los “clásicos” del Regalado

San Pedro Regalado (V) Los “clásicos” del Regalado

19 julio, 2017

Bienaventurados – Santos Vallisoletanos. Serie de Artículos de Javier Burrieza

San Pedro Regalado, fraile franciscano, n. Valladolid, 1390 + La Aguilera (Burgos), 30.III.1456; beatificación 1683, canonización 1746. Patrono de Valladolid desde 1747.

Era menester buscar reliquias, pues éstas sanaban a los que estaban necesitados o anhelantes de ellas, extendiendo el prestigio del que era considerado como santo. Ocurrió cuando Isabel la Católica, una vez conquistada Granada en 1492, acudió ante la tumba del fraile Pedro Regalado, buscando una reliquia que llevarse a su palacio. La hagiografía insistió que cuando se sacó aquel cadáver, enterrado durante casi cuarenta años, se pudo comprobar que no se había corrompido. De esta manera lo narraba el citado Manuel de Monzaval: “apartada toda la tierra, se halló el cuerpo sin lesión, entero el hábito, hermoso y tratable el cadáver, como si acabara de expirar entonces  —que ya era todo ello un signo de santidad—. Sacado el cuerpo mandó la reina se le cortase una mano. Tomó el guardián una toalla, pidió un cuchillo, coge la mano al cadáver. Al ejecutar la herida de aquel cuerpo treinta años sepultado, por las cortadas venas salió sangre viva, si no es mejor decir fresca, en tanta copia, que no siendo bastante la toalla para restañarla, la reina, damas y príncipes dieron lienzos. Sirvieron allí las vendas para la milagrosa sangría y después de bandas para la gloriosa fama”. De nuevo, aquel espectáculo milagroso se plasmó pictóricamente.

El más allá y el más acá convivían en las sociedades sacralizadas. Fray Pedro salía de su sepulcro para cumplir con sus obras de caridad. Manuel de Monzaval lo relataba de esta manera: “Un anciano y pobre, entre otros menesterosos a quienes se daba limosna en la portería de La Aguilera, poco después de la muerte del santo, permitió Dios llegase a pedir la acostumbrada limosna a tiempo que ya el portero había repartido. Quedó el necesitado desconsolado y hambriento y, por esto, del portero quejoso. Entró en la iglesia, puesto de rodillas ante la sepultura del santo, con suspiros tiernos le dijo: “Piadosísimo padre, si tu vivieras no me hubieran despedido sin limosna. En vos hallé siempre alivio; faltó vuestra vida y se acabó mi socorro. Perezco de hambre y no tengo quien con ojos de misericordia me mire”. Hizo el pobre la petición en tonos de queja amorosa, y fue para el Regalado riguroso cargo al que satisfizo con el remedio. ¡Oh asombro! La sepultura se abre. El cuerpo del difunto se incorpora. Extiende el brazo y da un pan al pobre quejoso. Ésta es aquella singular gracia con que Dios favoreció el cuerpo del Regalado difunto para que se singularizase entre todos. En este prodigio no hay otro que se le parezca”.

Sonoro milagro fue el realizado por la intercesión de fray Pedro con el entonces príncipe de Asturias en 1610. La Corte de Felipe III había pasado la Cuaresma en Valladolid y cuando pasaba por Aranda de Duero una grave enfermedad puso en peligro de muerte a su heredero, el vallisoletano futuro Felipe IV.

Ante la desesperación que manifestaban los médicos, el rey decidió llamar al guardián de La Aguilera para que se acercase a Aranda por una reliquia del Regalado. De aquella enfermedad tenemos constancia histórica, pues ante ella se mostraban preocupados los propios cronistas de la Corte, como ocurría con Luis Cabrera de Córdoba. Sin embargo, cuando informó de la mejoría del príncipe heredero, no de una forma tan inmediata, no lo relacionaba con el Regalado. Cuando la Corte continuó su camino hacia Burgos, los reyes Felipe III y Margarita de Austria se presentaron ante el famoso Cristo tan devoto en aquella ciudad para cumplir con la promesa que habían realizado ante esta prestigiosa imagen por la salud de su hijo. Eso sí, el milagro fue recordado no solamente por las páginas de las Vidas propias del Regalado, sino también en el siglo XVII por los pinceles de los pintores. Y así fue situado en el camarín del Santo en las ampliaciones barrocas que se realizaron en el antiguo eremitorio de La Aguilera, convertido en un auténtico santuario.

Aquel olor de santidad de fray Pedro de Valladolid se empezó a intensificar a partir del siglo XVII y especialmente con su ciudad natal. Ésta carecía de patrono, pues todavía ninguno de sus paisanos había sido elevado a los altares. Tal oficio, necesario en una sociedad de protecciones, era ejercido —al menos desde mediados del XVII— por el arcángel San Miguel. Resultaba menester construir un santo urbano. A esta misión se dedicó la tan recurrida publicística. Había que identificarlo con la ciudad de Valladolid, buscando la casa de su nacimiento. Nacimiento a la vida pero, también, nacimiento a la fe. Resultaba complicado reconstruir la jurisdicción parroquial medieval de la villa. La pila bautismal se halló en el Salvador, aunque la allí encontrada databa del siglo XVI. La beatificación llegó finalmente en 1683, construyéndose una capilla titular, sucesivamente ampliada y dedicada al Regalado en la citada parroquia del Salvador, a partir de 1709, con una cofradía titular llamada de San Pedro Regalado, la Virgen del Refugio y Ánimas pobres del purgatorio. Comenzaba el siglo de la gloria del fraile franciscano.