Todos amados, todos llamados

Todos amados, todos llamados

25 mayo, 2017

Todos amados, todos llamados
(16-30 de abril de 2024)

En este tiempo de Pascua seguimos queriendo acoger en plenitud la vida bautismal. La vida misma de Dios que se nos da y nos permite vivir en fe, esperanza y caridad. En el año jubilar del Corazón de Jesús seguimos adentrándonos en la búsqueda del tesoro escondido en nuestro corazón. Uniendo ambas perspectivas quiero fijarme, en esta carta dirigida a todos los cristianos de la Iglesia que peregrina en Valladolid, en el tesoro escondido de la vocación. La fe nos permite una mirada nueva sobre la realidad y sobre nosotros mismos para caer en la cuenta de que hemos sido amados, que hemos sido llamados a la vida y llamados a una misión. Hemos sido amados y llamados, por eso vivimos.

Esta perspectiva da la vuelta a uno de los axiomas fundamentales de la Modernidad: “pienso, luego existo”. Es más verdad, queridos amigos, “soy llamado, soy amado, por eso vivo”. Así hizo gritar el papa Francisco a los jóvenes reunidos este verano en Lisboa en la Jornada Mundial de la Juventud. Hizo gritar a todos en aquella colina: “soy amado, soy llamado”. Por eso con esperanza podemos invitar a vivir la vida como vocación en la Jornada Mundial de oración por las vocaciones que la Iglesia celebra en el tiempo de Pascua en el domingo del Buen Pastor. Sí, es posible proponer la vida como vocación porque responde al tesoro escondido en nuestro corazón. Por eso estamos llamados a un ejercicio de caridad, el tercer don de la vida teologal teologal que se nos da desde el día de nuestro bautismo. Esta acción caritativa nos la proponemos en la Iglesia, de una forma especial en la iglesia de España desde ahora hasta febrero del año 2025 en el que se realizará un gran Encuentro Nacional sobre la Iglesia como asamblea de llamados, sobre la vida vivida como vocación. Insisto el ejercicio caritativo de promover lo que llamaba Juan Pablo II una “cultura vocacional”.

La Iglesia es asamblea de llamados y todos, todos, todos, como gritaba Francisco en Lisboa, tenemos vocación, somos vocación, somos una misión. Para ello la acción caritativa tiene que despejar los oídos del corazón para que se descubra el tesoro escondido; el propio pueblo de Dios, asamblea de llamados, tiene que tomar conciencia de que es una iglesia convocada, una iglesia congregada, una iglesia enviada.

Esta acción de promover la vida como vocación, que es constitutiva de la vida misma de la Iglesia, supone al mismo tiempo un servicio a la sociedad, porque lo que predomina hoy es el “hombre sin vocación”. Se ha subrayado tanto el protagonismo de la libertad, de la autonomía, de la independencia que cada cual quiere construir su propia vida desde sí mismo y para sí mismo. El hombre sin vocación pulula, va dando vueltas de un sitio a otro, eso sí movido por los impulsos más inmediatos, por los estímulos que le llegan especialmente desde la sociedad de consumo, pero sin un horizonte. Entronizados los derechos, ¿quién tiene deberes, de dónde surge el deber de amor? Para responder a las llamadas que nos hacen los derechos de los hambrientos o de los que están en guerra o de los que están solos o de los que no conocen siquiera la buena noticia del Evangelio. Por eso promover la vida como vocación, dando la vuelta a la concepción antropológica triunfante en el final del mundo moderno, es un gran servicio que la Iglesia puede hacer a la sociedad, situando así la libertad entre la llamada que recibimos de lo que nos rodea –personas, acontecimientos históricos– y del bien del amor que también desde dentro de nosotros mismos nos atrae y nos convoca a vivir de una forma distinta.

También el papá Francisco, en el encuentro con jóvenes universitarios en Lisboa, dijo: “la antropología está en el corazón de la economía y de la política”. Cuántas veces anhelamos una política diferente, una economía más justa, al mismo tiempo que seguimos defendiendo las propuestas antropológicas de la autonomía y del individualismo. Promover la cultura vocacional es algo prioritario en la vida de la Iglesia y ofrecer esta propuesta de vida como vocación quizás sea uno de los mayores servicios que la iglesia pueda ofrecer a nuestra sociedad en este momento de gran transición en tantos órdenes de la vida.

Pidamos en este domingo de oración por las vocaciones en todo el mundo que el Señor nos haga descubrir a todos y a cada uno de nosotros que vivimos, porque hemos sido amados, por qué hemos sido llamados y que nuestra vida se descifra como don y como misión. Seguimos diciéndonos: Feliz Pascua, queridos hermanos.