Villagarcía de Campos, Escuela de Fray Gerundio y de Novicios Jesuitas

Villagarcía de Campos, Escuela de Fray Gerundio y de Novicios Jesuitas

1 diciembre, 2023

Imágenes de devoción, por Javier Burrieza 

Valladolid, camino de devoción del Sagrado Corazón de Jesús (4) 

VILLAGARCÍA DE CAMPOS,  ESCUELA DE FRAY GERUNDIO Y DE NOVICIOS JESUITAS 

Villagarcía de Campos aparece en la vida de Bernardo de Hoyos tras el regreso de la “huida” a Madrid. Se va a convertir primero en la culminación de sus estudios de latinidad, los propios de una segunda enseñanza en el siglo XVIII, en los que eran los jesuitas maestros y una auténtica potencia académica. En esa primera etapa permaneció por espacio de cuatro años hasta que comenzó el noviciado según indicamos, también en Villagarcía, y regresó a Medina del Campo en 1728 donde habría de cursar la filosofía. El colegio de San Luis de la localidad terracampiña fue fundado en el último tercio del siglo XVI, por iniciativa de la que fue llamada la “limosnera de Dios”, Magdalena de Ulloa, viuda de Luis de Quijada, señor del lugar y hombre confianza de Carlos V. Se encontraba extinguida la Compañía, dos siglos más tarde, cuando lo conoció un autor y viajero ilustrado, Antonio Ponz. Aun así, sus palabras manifestaban un esplendor constructivo e institucional: “saldríamos de los montes Torozos, y encontraríamos á Villagarcía, que es considerable pueblo y nombrado en tierra de Campos, donde la extinguida Compañía tuvo casa de Noviciado y un rico Colegio con famosa librería, imprenta, muy frequentado por jóvenes seculares [Bernardo de Hoyos lo era cuando fue alumno antes de ser jesuita] que acudían de todas estas Provincias de Castilla, Asturias, Galicia”. Este colegio se fue convirtiendo para Villagarcía en todo un baluarte, en un elemento indispensable para la vida de sus habitantes hasta el punto de influir en su organización. Sus estudios, con independencia de las funciones que adquirió la casa como probación de los novicios, se constituyeron en un modelo primario y punto de renovación después, en la enseñanza del latín hacia otros domicilios del Instituto ignaciano como “uno de los más florecientes de toda la Compañía”, tal y como lo calificó Francisco Juárez en 1698. Prestigio por el número de sus alumnos, por el método que se seguía; fama en las regiones más cercanas, también en otras más alejadas. Haber estudiado en Villagarcía era una buena tarjeta de presentación para los ascensos futuros. Todo ello lo destacaban las “Cartas Annuas” en el siglo XVIII: “de los colegios de latinidad y letras humanas, Villagarcía es entre todos el primero, ómnium facile prínceps. Ninguno le aventaja en el número de alumnos, ni en el cuidadoso método pedagógico; ninguno hay en España más celebrado como escuela de instrucción y de buenas costumbres para los jóvenes que lo frecuentan”.

El esplendor de esta casa terracampiña no parecía extrañar si se leen los juicios que el padre José Francisco de Isla, el creador de la gran novela del siglo XVIII “Historia de Fray Gerundio de Campazas, alias Zotes”, emitió de estos lugares y de su belleza: “en ninguno de los destinos que he tenido, he experimentado el gusto, el consuelo, la paz interior, la quietud externa y el lleno de gozo que experimento en éste. Si esto es desgracia, me río yo o me compadezco de todas las felicidades del mundo”. Palabras que se explicaban ante los rumores que se extendían entre los próximos a Isla, de haber sido exiliado a este rincón de Tierra de Campos. Toda esa pedagogía jesuítica de la enseñanza, y que vivió Bernardo de Hoyos, estaba parodiada en la mencionada obra literaria del padre Isla. Así plasmaba el recuerdo que en una persona producía una victoria en una clase. Si Antón Zotes, el padre de su héroe, había bautizado a su hijo con el gramatical nombre de “Gerundio”, había sido porque “cuando estudiaba en los teatinos [el nombre antiguo y equivocado que se daba a los jesuitas] de Villagarcía, por un gerundio gané seis puntos para la banda y es mi última y postrera voluntad hacer inmortal en mi familia la memoria de esta hazaña”.

Villagarcía fue espacio también para la renovación de la enseñanza del latín a través de unos dinámicos profesores dirigidos por Francisco Javier Idiáquez, autores de importantes manuales para las aulas, apoyados por la existencia de una imprenta propia. Después este colegio recibió muy pronto la devoción y prácticas del Sagrado Corazón de Jesús ya no solo impulsadas por Bernardo de Hoyos sino por otros jesuitas muy cercanos, también al ámbito de la probación, como fue Juan de Loyola. Además, vivió sus últimos días y descansa en su cementerio, el padre Luis Fernández Martín, gran especialista en José Francisco de Isla, editor de sus cartas y de la mencionada novela que atacaba a los malos predicadores.